jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Continúa?

Esto es mucho más simple de lo que parece. Me gustaría retomar el blog, pero dada su escasa aceptación, no me motivo lo suficiente como para escribir de más a menudo. Está en vuestra mano que actualice más seguido, sólo hay una condición:

Si queréis que continúe la historia, tenéis que comentar. Si la actualización llega a los veinte comentarios (no vale repetir, tienen que ser de personas distintas, que nos conocemos ya ¬¬) escribiré una nueva actualización, en la que continuaré la historia.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Olimpo

Hermes y Atenea habían traspasado el umbral que separaba el mundo corriente del plácido mundo espiritual de Atenea. Desde el momento en el que alguien atravesaba el portal, el suave aroma a lavanda impregnaba el ambiente. Atenea vivía en un bloque de pisos en el que la mayoría de los inquilinos eran personas mayores, y estaban encantados de que Atenea se encargara de darle un toque alegre a aquel frío lugar común. Todos los días antes de salir de casa encendía una barrita de incienso, de manera que el hall y la escalera estuvieran impregnados de una sutil fragancia que le aportara cierta vida al edificio. También había colocado cuadros con motivos Yoguicos en los rellanos, por lo general una sombra realizando alguna asana con un maravilloso fondo al aire libre.

Ambos jóvenes habían comenzado a subir cabizbajos por las escaleras, cada uno concentrado en sus propios problemas y absortos en sus cavilaciones. El monótono retumbar de los zapatos de Atenea contra las escaleras, y de las converse de Hermes recordaban una sutil cuenta atrás. Constantes, implacables. En su ascenso no se encontraron con ningún vecino, lo que hacía la caminata más incómoda, aquél silencio era tedioso. Hermes parecía concentrado y relajado, Atenea, por el contrario, era un manojo de nervios. Aquellas escaleras parecían una lanzadera, desde que puso el pie en ellas, su corazón había ido acelerándose cada vez más, hasta que ahora estaba a punto de desbocarse. Finalmente, ambos jóvenes habían llegado a la puerta del piso de Atenea, quién sacó la llave y abrió la cerradura.

El piso era un lugar pequeño, pero acogedor. Tenía dos habitaciones, cocina, salón y baño. El ambiente estaba un poco cargado con ese aroma a lavanda que también impregnaba la escalera. Atenea colgó su chaqueta en la percha de al lado de la puerta, y se dirigió al equipo de música, encendiéndolo. Empezó entonces a escucharse de fondo una música celta muy suave, lo que confería al piso una energía adicional, ayudando a sus inquilinos a relajarse, y a concentrarse en sí mismos, en sus sentidos, ayudándoles a la vez a cargar sus pilas. Hermes se dirigió al sofá, y se hundió en él, agotado. Por encima de todo lo que había pasado, lo que más le atormentaba era la pérdida de Valquiria. Le dolía mucho haberla perdido, y más aun no saber si ella sentía lo mismo por él. Antes de que pudiera divagar mucho más sobre aquél tema, Atenea se presentó ante él con una botella de tequila, un salero y un plato con un limón cortado a trozos. Parecía que Atenea tenía pensado utilizar el alcohol para superar sus problemas.

- Había pensado -empezó a decir Atenea- que podíamos jugara algún juego, para distraernos un poco. Algo así como el juego de la verdad, pero sin prueba. Es decir, sólo verdad y beber, yo necesito beber, especialmente -dijo Atenea riéndose-.

- No sé Atenea, no me parece bien, con todo lo que anda pasando a nuestro alrededor. Esto es tan... trivial -dijo Hermes, tan solemne como siempre-.

- Joder Hermes, tú siempre tan aburrido. Siempre tan... serio. De vez en cuando también hay que desconectar, ¿sabes? lamentablemente estar triste y deprimido no suele ayudar a superar los problemas...

- Vale, vale, venga, vamos a empezar, que me estás poniendo a caldo -dijo Hermes, un poco tocado por la verdad de la afirmación de Atenea-.

- Entonces empezaré yo. ¿Por qué fuiste incapaz de confesarte a Valquiria, en todo este tiempo? -Preguntó Atenea, intrigada-.

- ¿Sabes? a eso lo llaman poner el dedo en la yaga... -Hermes estaba visiblemente molesto por esa pregunta, pero de alguna forma, creía que contestarla iba a ayudarle a superar su pérdida- Pues la verdad es que la respetaba mucho, y no quería meter la pata con ella... estábamos en un buen punto, y no quería alejarla de mí. Nunca supe lo que pensaba, de mí o de cualquier otro tema, era una mujer muy difícil de leer para mí, y yo tengo cierto miedo patológico al rechazo, así que...

- Vaya, me recuerdas a alguien que conozco, no sabía que pudieras ser tan... humano -Atenea parecía divertida por el descubrimiento, y empezó el tequila con un buen sorbo a morro directamente de la botella, después de haberse echado sal en la muñeca y haberla chupado. El limón lo dejó para más adelante-. Es tu turno, te toca preguntar.

- Hum... nunca se me han dado bien estos juegos, no sé qué preguntar. Vamos a ver, ¿Por qué estabas llorando antes?

- Para no dársete bien, has puesto "el dedo en la yaga" -dijo, parafraseándolo-. Estaba llorando porque toda esta situación me supera. Soy incapaz de encontrar una solución a nuestros problemas, y además siento que estoy muy por detrás de vosotros, no sé qué puedo aportaros yo, que no tengáis ya... -las lágrimas volvían a brotar de sus ojos, estaba muy dolida-.

- Eso no es cierto -dijo Hermes, pasándole un brazo sobre los hombros, lo que provocó el efecto contrario al esperado, cuando Atenea rompió a llorar-. Eres la más espabilada de todos nosotros, siempre te esfuerzas en aparentar ser la más fuerte, para que no nos preocupemos por ti, siempre estás intentando animarnos, y sacar lo mejor de nosotros. Además, todas las grandes ideas que hemos llevado a cabo, las has propuesto tú. Sin ti, este grupo estaría condenado al fracaso, no tendríamos opción alguna. Eres fuerte, divertida, te esfuerzas por todos nosotros. Siempre estás sonriendo, aunque por dentro estés rota... eres maravillosa, Atenea, de verdad.

Las palabras de Hermes, bien por su significado, o porque se veía que de verdad sentía lo que decía, hicieron que Atenea siguiera llorando como una niña desconsolada, incapaz de controlarse. Hermes seguía abrazándola, sin saber que ese era uno de los motivos por los que ella lloraba. Le dolía estar tan cerca de la persona a la que amaba sin que él sintiera lo mismo, sin que ni siquiera lo supiera, pero no tenía fuerzas para decírselo, y ahora, menos que nunca. Envidiaba con todas sus fuerzas a Merlín y Morgana, porque ellos eran felices, y se tenían el uno al otro en los momentos de flaqueza, pero ella, ella no tenía a nadie.

- ¿Estás bien, Atenea? ¿puedo hacer algo por ti? - se interesó Hermes-.

Ella levantó la vista, y, todavía sollozando, cruzó sus llorosos ojos con los ojos esmeralda de Hermes, tan cálidos como de costumbre. En ese instante, ella se dio cuenta de que era la primera vez en toda su vida, que sus ojos se cruzaban directamente con los de Hermes, siempre había evitado el contacto directo. Sólo eso bastó para que una sonrisa inocente brotara de su rostro, una sonrisa de verdadera felicidad.

Sabía que Hermes estaba esperando que respondiera, pero ella estaba saboreando el momento. Tan llena de júbilo estaba, que dejó de pensar por un momento. Dejó de pensar, no sabía muy bien si por el alcohol -aunque no había bebido prácticamente nada-, por la embriagadora presencia de Hermes, o porque ya estaba cansada de llorar en la oscuridad de su soledad, y el ser reconfortada por su gran amor convirtiera su amargo dolor en una amarga felicidad. El caso es que, por primera vez en mucho tiempo, había dejado de pensar, y sentía todo lo que había a su alrededor. Su mirada seguía conectada con la de Hermes, y no sabría decir cuanto tiempo habían estado así. Ella seguía sonriendo, y seguía sollozando a partes iguales.

Levantó su mano, con cuidado y delicadeza, hasta tocar el cálido rostro de Hermes, mientras le sonreía con calidez y afecto. Esto pareció sorprender a Hermes, pero él le devolvió la sonrisa. Entonces, antes de darse cuenta, ella se había incorporado, de tal manera que sus rostros estaban a la misma altura, frente a frente. Hermes, incómodo, intentó apartarse un poco, pero Atenea no le dejó. Cogió su rostro con ambas manos, y se acercó más y más a él. Sus labios estaban cada vez más cerca de los de ella, ambos estaban nerviosos y respiraban aceleradamente. Parecía que había pasado una eternidad, pero apenas había pasado un segundo. Antes de que ninguno pudiera parpadear, los labios de Atenea y los de Hermes finalmente se encontraron, en una explosión de calidez y amor. Muy suavemente sus labios pasaron de estar unidos a estar fusionados en un vaivén de sensualidad y erotismo.

Atenea, por primera vez en mucho tiempo, se sintió al mando de su propia vida, feliz y plena. Seguían unidos en aquél cálido beso, las manos de Atenea seguían a ambos lados del rostro de Hermes, y ella notó que ahora él estaba llorando...

domingo, 21 de agosto de 2011

Requiem por una Valquiria

“Bueno chicos, entonces según las votaciones, por unanimidad absoluta, nuestro Gran Maestro será Merlín, nuestro Maestro Estratega será Augusto, y nuestro Maestro Guardián, Morgana-dijo Hermes, actuando hasta ese momento como Maestro en funciones, debido a la reciente muerte de Barón-. Creo que hemos perdido suficiente tiempo aquí, si los recién nombrados quieren decir algo, o tienen algo que contarnos, éste sería el mejor momento, de lo contrario, sugiero que nos retiremos a descansar, y nos mantengamos en contacto.

Tras hacer ese último comentario, le pasó subrepticiamente el cuarzo a Morgana, ya que ahora sería la encargada de protegerlo. Habían decidido que lo protegiera ella porque, gracias a sus sueños proféticos, y a sus súbitas precogniciones, había sido capaz de evitar tres intentos de asesinato hasta ahora. De hecho, ella fue el primer objetivo en ser atacado por parte del enemigo, y gracias a eso sabían que sus auténticas identidades no eran conocidas todavía. De hecho, al parecer, atacaban aleatoriamente lugares concretos a horas concretas, como si supieran de alguna manera que allí iba a haber alguien del Círculo. Suponían que estaban utilizando magia para prever sus movimientos, pero no podían demostrarlo.

Merlín y Hermes estaban trabajando juntos, tratando de encontrar algún método con el cual poder reunirse sin dejar ningún rastro. Algo que pudiera ocultarlos “mágicamente” de los ojos y oídos de sus enemigos, siempre al acecho y preparándose para asestar un golpe mortal. Hasta la fecha, lo único que habían podido hacer era un conjuro de protección, mediante el cual, todos los miembros del Círculo eran incapaces de recordar quiénes son sus compañeros si tratan de decírselo a alguien ajeno al grupo. Así, en el peor de los casos, aunque alguien quisiera traicionarlos, o se viera obligado a hacerlo, no podría hablar de ellos.

Tras dar por concluida la reunión, los muchachos se separaron, en la medida de lo posible, porque con toda aquella tensión en el ambiente, nadie quería estar solo. Merlín y Morgana, que fueron los últimos en dejar la taberna, se encaminaron al ático de Merlín, en pleno centro de la ciudad. Sólo tenía una habitación, cocina, baño y un estudio que ocupaba la mitad del apartamento, pero para Merlín, era más que suficiente. En cuanto llegaron, Morgana se acomodó en el sofá. Mientras, Merlín iluminaba la estancia con unas velas aromáticas y cogía un par de copas y una botella de vino, introducía una película en blu-ray en la playstation3 y se sentaba junto a Morgana. Por su parte, John Dee, Cleopatra y Augusto salieron juntos hacia las afueras en el coche de Augusto. Los tres vivían en el mismo bloque de pisos, John Dee y Augusto compartían un dúplex desde que llegaron para entrar a la universidad, en lo que ahora les parecía otra vida. Cleopatra, por su parte, compartía otro dúplex con una prima suya, desde que ambas se mudaron por trabajo, hacía cinco años. Finalmente, Hermes decidió acompañar a Atenea a su piso, ya que vivía en una zona peligrosa de la ciudad, y no le hacía mucha gracia que se marchara sola a esas horas de la noche.

-No hacía falta que me acompañaras, Hermes-dijo Atenea, agradecida-. Podía haber cogido un taxi, y no habría tenido ningún problema.

-No te preocupes, me viene bastante bien pasear. Todavía me cuesta asimilar nuestra situación, ¿sabes? Nunca llegué a confesarle a Valquiria lo que sentía por ella, fue muy duro para mí estar todo ese tiempo a su lado sin decirle nada, y que un buen día, de repente, la hicieran desaparecer…

-Sí, supongo que tiene que ser muy duro pasar desapercibido para alguien que te importa más que tu propia vida, y no tener el valor de decírselo…-Las lágrimas resbalaban por el rostro de Atenea, quién intentaba mantenerse estoica, para no preocupar más a Hermes-. Bueno, ya hemos llegado…

-Es cierto, se me ha pasado muy rápido el camino… Bueno, buenas noches Atenea, intenta descansar y…

-Creo que deberías subir-le interrumpió Atenea-. Puedes quedarte a dormir en la habitación de invitados.

-No creo que esté bien que pase la noche en tu casa.

-Oh, venga ya Hermes. No hay ningún problema en que duermas en mi casa. Además, tú necesitas superar de una vez lo de Valquiria, y yo no quiero pasar la noche sola.

-Quizá estés en lo cierto, y sea lo mejor-dijo Hermes, un tanto abatido-.

Entretanto, en las afueras de una lejana ciudad, en una pequeña casita de campo con un jardín verde precioso, cubierto de margaritas y de narcisos, una joven madre jugaba con su hija de tres añitos. La niña sonreía mientras intentaba perseguir a su madre entre las flores y el césped, esa sonrisa profunda y pura que sólo los niños, ignorantes de todos los problemas del mundo, pueden conjurar. Sin embargo, la madre, aunque estaba muy feliz por volver a estar con su hija pequeña, también estaba triste. Su marido había sido asesinado muy recientemente, aunque las autoridades todavía no habían confirmado la causa de la muerte. Pero ella sabía la verdad, y por encima de todos los errores de su vida, el que más le pesaba a su conciencia, era el de ser la responsable de la muerte del padre de su hija, y del único hombre que ella había amado. Y es que Clara Hernández, había traicionado a sus amigos.

martes, 16 de agosto de 2011

Morgana's Dream (End)

“En cuanto abrió la caja, sintió cómo una extraña energía cálida y poderosa recorría sus brazos, tal como haría una corriente eléctrica, e inundaba su corazón y su mente. Aquella sensación vigorizaba cada célula de su piel, cada ápice de su ser. Aquella explosión de poder no sólo fue interna. De su cuerpo brotó un viento tan potente, que apagó en un instante el fuego que se propagaba por Trasmoz, y golpeó a los guardias con tal violencia, que los lanzó por los aires, dejándolos inconscientes allí donde caían, como si de sacos de patatas se trataran. Para ella, sin embargo aquella sensación sólo podía ser descrita como si estuviera naciendo otra vez. Se sintió centrada por primera vez en años, totalmente concentrada en el aquí y en el ahora, aunque, por alguna extraña razón, también podía ver el ayer y el mañana, como si fueran pequeños cristales danzando a su alrededor. Entonces, devolvió su atención a aquel instrumento que la había ayudado a Despertar, aquella pequeña y misteriosa caja con el Círculo del Caldero Blanco.

En la parte interior de la tapa, había escrita una palabra: Πανδώρα. Gracias a los conocimientos que su sorprendente madre le dejó antes de fallecer, hace cuatro inviernos, Elena sabía que aquella misteriosa escritura era griega, y que lo que había escrito en ella era un nombre: Pandora. Cuenta la leyenda que una vez, hace muchos siglos, existió una caja que contenía todas las desgracias humanas, todas aquellas emociones que pudieran dañar a cualquier hombre, protegiendo a la humanidad de los males, y cómo una joven e ingenua doncella, engañada por los dioses, abrió la caja, dejando escapar de esa manera los males. Aterrada de lo que había hecho, cerró la caja, pero tan sólo para dejar atrapada dentro la menos nociva de las emociones humanas: La Esperanza. Elena se preguntó si podía ser una coincidencia, o si de verdad acababa de liberar la Esperanza.

Mientras debatía consigo misma aquella posibilidad, ayudada por distintas visiones inconexas que no podía entender, ni explicar, siguió investigando aquella caja. Ya se había dado cuenta de que, por fuera, era una simple cajita de madera, frágil y endeble, en apariencia. Por dentro, sin embargo, parecía robusta, y estaba envuelta en terciopelo, el más suave que Elena había tocado jamás. La caja contenía algo, que estaba cuidadosamente envuelto en fina seda. Elena apoyó la caja en el suelo con sumo cuidado, mientras cogía aquel envoltorio de seda. Lo desenvolvió con sumo cuidado, dejando ver, de esa manera un cuarzo de medio puño de tamaño, el cuarzo más maravilloso que Elena jamás hubiera visto. Instintivamente, Elena llevó el dedo índice de la mano derecha al cuarzo, para acariciarlo. En cuanto su dedo entró en contacto con el cuarzo, Elena se desvaneció.

Se encontraba en otro lugar, con otra conciencia. “¿Quién eres?” preguntó ese otro ser. “Soy Elena, Druida del Moncayo, ¿quién eres tú, y dónde estoy?”. En cuanto Elena formuló la pregunta, la respuesta se materializó en su mente: “mi nombre… también es Elena, y viví toda mi juventud en las faldas del Moncayo. En cuanto a tu paradero, me temo que estás en mi mente. En mis sueños. Soy una médium, a veces, grandes magos del pasado se manifiestan en mi conciencia para decirme algo, entonces, ¿Hay algo que tengas que decirme, Elena?”

- Pero en ese momento me he despertado, y ahora tengo más preguntas sobre ese sueño. Si sólo hubiera aguantado un poco más unida a esa druida, Elena… -dijo Morgana, tras terminar de contar su sueño, visiblemente molesta-.

- Si hubieras seguido con esa conexión más tiempo, estarías agotada, y en peligro, Morgana. Ya lo sabes, tus dotes de médium te agotan, más de lo que tu cuerpo puede soportar… -añadió Merlín, con un tono cariñoso y firme a la vez-.

- Entonces… nuestro cuarzo y el cuarzo de la otra Elena, ¿son el mismo? –preguntó John visiblemente inquieto-. No hay datos que refuercen la teoría, pero por experiencias pasadas confío plenamente en las capacidades de Morgana, De todas formas, deberíamos investigarlo, buscar en las nieblas de la historia, a ver si se aclara algo más de este instrumento de poder. Por cierto Morgana, ¿recuerdas si aquel cuarzo llevaba la runa inscrita?

- No, no la llevaba. Pero de algún modo sé que es el mismo cuarzo. La sensación que percibí siendo Elena, fue idéntica a la que yo misma sentí cuando Merlín nos trajo el cuarzo. Y hasta ahora mis sentidos no me han engañado jamás.

Transcurrieron un par de horas de discusiones tácticas y de comentarios sobre sus enemigos, mientras los muchachos organizaban su Círculo, con tres nuevos rangos: Gran Maestro, el máximo rango, otorgado al más sabio, con las esperanzas de que pudiera guiar su cruzada a buen puerto; Maestro Estratega, designado para organizar tanto las reuniones del Círculo, como para coordinar los contraataques y defensas frente a sus enemigos; y por último, Maestro Guardián, el puesto más peligroso de todo el Círculo, pues quién lo ocupara, debería encargarse de proteger y cuidar el cuarzo.

-Bueno chicos, entonces según las votaciones, por unanimidad absoluta, nuestro Gran Maestro será…


lunes, 15 de agosto de 2011

Morgana's Dream (Part Three)

“Elena ya estaba en las inmediaciones de Trasmoz, pero acababa de darse cuenta de que entrar no le iba a resultar tan sencillo. Había mucho movimiento en la aldea, desde la lejanía se podía apreciar un vaivén de antorchas por las calles principales, parecía que iban de casa en casa, buscando algo… o a alguien. Aterrada, Elena permaneció entre los árboles que flanqueaban la parte baja de la aldea, en la parte más alejada del castillo, intentando pensar en algo. Tenía suerte de que fuera octubre, pues el castillo estaba vacío y en Trasmoz sólo había un pequeño destacamento de guardias. A pesar de todo, iban entrando en todas las casas, les facilitaran la entrada o no. Había varias casas de personas que habían salido de viaje cuyas puertas habían sido echadas abajo sin el menor reparo, y cada vez se acercaban más a la casa de Elena. A ella le pareció distinguir que los soldados vociferaban algo sobre “ese maldito druida” y sobre un “secreto” que custodiaba. Elena aguzó el oído, ávida de información, mientras se agachaba y se arrimaba todavía más al tronco de aquél roble solitario en las inmediaciones de la aldea.

- ¡Por la virgen! Siempre somos nosotros los que tenemos que encargarnos del trabajo sucio –gritó un hosco soldado que llevaba una antorcha en la mano izquierda y su espada en la derecha, visiblemente molesto. Elena no lo reconoció como uno de los guardias de Trasmoz, lo cual la dejó intrigada-. Los inquisidores están a punto de llegar, tenemos que darnos prisa, o pagarán su enfado con nosotros también. ¡Rápido, terminad de buscar en todas las casas! ¡Roberto! ¿has preparado el castillo para Su Ilustrísima Santidad?

- Sí, Juan, todo está preparado para recibir al Sumo Inquisidor –aseguró un menudo sirviente que llegaba corriendo desde el castillo, casi sin aliento-. Me preguntó qué asuntos lo traerán a este lugar apartado de la mano de Dios en esta hora tan intempestiva…

- Yo no me lo preguntaría –añadió un tercero-. Quiero conservar la cabeza sobre los hombros, ¿sabes?

- ¡Basta de cháchara! Tenemos mucho que hacer y muy poco tiempo –sentenció Juan, autoritario, poniendo fin a la conversación-.

Mientras los soldados volvían al trabajo, a Elena se le heló la sangre en las venas. El Sumo Inquisidor iba a ir a Trasmoz, y eso no eran buenas noticias. Hasta ahora, nunca se había escuchado que el Sumo Inquisidor se hubiera dirigido en persona a un lugar tan apartado del mundo, y con tan pocas personas. Para colmo, estaban buscando a un druida, a uno con un “secreto”… ¿podían referirse a Daniel? Elena, involuntariamente comenzó a sollozar, herida, sola y desamparada, en mitad de una de las noches más importantes para su pueblo, sintiéndose totalmente desgraciada.

No tuvo mucho tiempo para llorar sus penas, pues escuchó un carruaje acercándose, acompañado por varios jinetes. Supuso, dada la hora y lo que había oído, que sería el Inquisidor. Había oído las atrocidades que cometía en nombre de Dios y de la Iglesia, y sabía que era un fiero adversario para su gente. Había escuchado muchas historias, algunas eran ciertas, pero otras rallaban la leyenda. Cuando era niña, su pobre madre le contaba historias de miedo utilizando al Inquisidor de las maneras más aterradoras posibles. Pero nada, absolutamente nada, podía prepararla para lo que iba a presenciar a continuación. El Sumo Inquisidor bajó del carruaje, le preguntó algo a Juan, hizo una mueca ante el gesto negativo de éste, se dio la vuelta para hacerle un gesto al primero de los jinetes que habían llegado con él, se subió en el carruaje, y se marchó. Entonces, el primer jinete bajó del caballo, se acercó despacio a Juan, desenvainó la espada, y la hundió en su estómago, atravesándolo, mientras su sangre comenzaba a cubrir el suelo.

- Ya sabéis lo que dijo Su Santidad: ¡Sin supervivientes! Nadie puede escapar de aquí, nadie puede saber nada de la historia de Merlín, ni de lo que andamos buscando. Y por supuesto, huelga deciros que nadie debe asociar este acto de vandalismo con la Inquisición. ¡Por la Virgen!

- ¡Por la Virgen! –corearon el resto de los soldados recién llegados en un perfecto acto de sincronía.

Y entonces, comenzó el holocausto. Todo fue muy rápido. Destellos de luz bajo la luz de la madre luna. Sonidos sordos, repulsivos. Gritos. El crepitar de las llamas, que empezaban a engullir la aldea. Más gritos. Muerte y desolación. Destrucción y odio. Elena no pudo hacer otra cosa que quedarse mirando, desde detrás de su árbol protector. Era como si no estuviera allí en cuerpo y mente, parecía estar viendo aquel horror reflejado en su bola de cristal. Para ella no era real, no podía aceptarlo. Su hogar estaba siendo destruido por una frivolidad, por algo insignificante que no podía valer tantas vidas como las que iba a costar. Mientras permanecía catatónica, el pueblo se iba consumiendo. El incendio empezó por la parte baja, y comenzó a engullir todas las casas y construcciones, hasta llegar al castillo. Por alguna extraña razón, el castillo repelía las llamas.

Elena, hipnotizada y sumida en aquel trance horrible de sangre y fuego, sintió un fuerte pinchazo en el pecho, tan profundo y doloroso como si le hubieran atravesado el corazón. Sin saber qué hacía, o por qué, sacó la cajita que Daniel le había entregado apenas unos minutos antes. Era increíble, tenía la sensación, mientras actuaba por instinto, de que eran dos vidas totalmente distintas, y que había pasado una eternidad desde que se encontraba en aquella cueva. Con aquella extraña cajita entre sus manos, se sintió más tranquila, sensación que se incrementó cuando vio aquel extraño y misterioso caldero blanco. Ver aquella singular imagen, detuvo el dolor de su corazón, y le aportó una extraña calidez, que no sabría describir. Se sentía… cómoda. Con aquella sensación tan agradable, y ajena totalmente al horrible holocausto que estaba sucediendo frente a sus mismos ojos, Elena, abrió la caja.”

domingo, 14 de agosto de 2011

Morgana's Dream (Part Two)

“Elena abrió los ojos, despacio, pues todavía se sentía mareada y aturdida. Se apartó como pudo su cabello de los ojos enrojecidos e intentó vislumbrar dónde se encontraba. No había mucha luz, y para colmo, su cabeza estaba embotada y la última imagen que recordaba era la de la puerta de su casa, cerrándose desde la calle. Todo estaba oscuro y no podía apreciar nada con claridad, de manera que intentó incorporarse apoyándose sobre su mano derecha, gesto que le provocó un agudo dolor en el hombro, que casi la hizo gritar, de manera que se volvió a dejar caer allí dónde estaba. Parecía que se encontraba en un lecho de paja, no demasiado cómodo, pero sí lo suficientemente mullido cómo para que el frío del suelo no pasara a su cuerpo.

Ahora que sus ojos se habían habituado un poco a la oscuridad, pudo advertir diversas siluetas, y sumándole que su riego sanguíneo empezaba a llegar de nuevo a su cabeza, empezó a reconstruir sus últimas horas de vida, a modo de flash. Recordaba haber salido del pueblo, y haber sido alcanzada por una flecha, así cómo haberse curado la herida… pero ahí acababa todo, se desmalló en el camino. Por lo que podía observar, se hallaba en una especie de cueva, decorada –por decir algo- de una manera un tanto austera. Estaba esa “cama” en la que se encontraba tumbada, y creía adivinar la silueta de una mesa y unas sillas contra la pared más alejada de la sala, así cómo lo que parecía ser unos estantes, con libros, supuso. Al lado de su lecho había otra silla, que ahora sí podía apreciar con claridad, en la que había toda una serie de útiles de primeros auxilios, desde vendajes y ungüentos hasta hierbas y cuchillos. Lo que la dejó sin habla fue lo que halló a continuación, apenas a unos palmos de dónde reposaba su cabeza, una silueta que no había percibido hasta, quizás, demasiado tarde: había un hombre de pie, a su lado.

Elena retrocedió aterrada, y se golpeó el hombro herido y la cabeza contra una pared de pura roca, soltando un grito ahogado, y volviendo a marearse en el proceso. El hombre, asustado de igual modo, dio dos pasos temerosos hacia atrás, cauto.

- No temas muchacha, no tengo la menor intención de lastimarte –dijo el hombre de la manera más dulce que pudo, lo que era difícil, debido a su voz grave y a que, al no disponer de compañía habitual, apenas hablaba, por lo que su voz sonó un tanto gutural-. Además, sería absurdo molestarme en curar tus heridas para, a continuación, esperar a que despertaras y terminar atacándote, ¿No crees?

Elena no podía hablar, sus palabras no salían, en parte por el reciente shock, en parte por el reseco de su garganta, de lo que pareció percatarse el hombre al verle mover los labios sin emitir sonido alguno, pues se encaminó hacia la mesa, cogió algo que sonó a metálico y se acercó de nuevo a ella. Vertió un poco de agua de la jarra de peltre en una taza de arcilla, y se la ofreció a Elena.

- Bebe despacio, o te atragantarás. Así podrás decirme cómo es que estás tan lejos de la aldea, y con semejante herida.

Ella obedeció, y bebió poco a poco, al principio al menos. Tras tres o cuatro tragos, en los que apenas ingirió agua, vació de golpe todo el contenido de la taza en su garganta… atragantándose. Eso provocó un ataque de risa en el hombre, que no podía parar de reír mientras daba unos golpecitos suaves en la espalda de la joven.

- Te advertí –Dijo el hombre, divertido-. Por cierto, no me he presentado, mi nombre es Daniel, aunque ese nombre apenas lo oigo. Lo más bonito que me dice la gente con la que me encuentro en este bosque de vez en cuando, es jabalí. Es tu turno muchacha, cuéntame tu historia, por favor.

- Sí… os contaré lo que recuerdo, pues todavía me siento un poco abrumada. Mi nombre es Elena, vivo en el poblado de Trasmoz. Y hoy, estaba en el camino porque, bueno… la verdad es que me pareció escuchar un ruido, y salí a… a ver si los caballos seguían en el establo… eso es –mintió Elena, de forma un tanto desastrosa-. Entonces, mientras estaba en el camino, un fuerte viento sopló, y antes de darme cuenta, los arqueros de la torre me atacaron, hiriéndome en el hombro. Lo último que recuerdo es haberme acercado al río, a por agua para lavar mi herida, poco después, me desmayé.

- Ya, así que… a mirar si los caballos seguían en el establo, ¿eh? Mira much… Elena, no soy quién para juzgarte, pero tendré que hacerlo si sigues mintiéndome –dijo Daniel, inquisitivo, tras lo que añadió:-. A ti se te da mal mentir, y a mí, se me da bien descubrir a los mentirosos.

- Tenéis razón, Daniel, lo lamento muchísimo –se arrepintió Elena, mientras se ruborizaba-. La verdad es que tengo un poco de miedo. No sé si sabéis qué día es hoy, o las raíces de estas tierras –sintiendo en lo más profundo de su ser que podía confiar en Daniel, prosiguió-, pero yo soy una druida celta, y salí de la aldea para celebrar Samhain con mis compañeros de los poblados de los alrededores. Supongo que sabréis que la pena para nosotros es la hoguera, si nos descubren…

- Así que eres celta, y una druida, además. Sorprendente, realmente sorprendente –afirmó Daniel, distraído-.

- Pues perdonad que os contradiga, pero no parecéis sorprendido…

- Oh, te aseguro que lo estoy, pequeña, profundamente sorprendido. Es solo que… era de esperar. Han pasado muchos años desde que dejaron de perseguirme, tarde o temprano tenían que volver.

- ¿Volver? ¿Quiénes? ¿Quién sois en reali…

- ¡Silencio! –bramó Daniel de repente, y susurrando, añadió:- ¿Has oído eso? Hay caballos cerca, no tengo tiempo –dijo mientras se daba la vuelta, removía las estanterías, para terminar cogiendo algo de un tamaño de dos puños- si me encuentran con esto, será el fin, necesito tu ayuda. ¿Ves esta caja? –preguntó Daniel, acercándole el objeto misterioso a Elena. Era una cajita de roble, adornada con extraños símbolos en los laterales, y con un extraño dibujo en el centro: un Círculo blanco, con un caldero blanco en el interior-.

- Sí, ¿qué problema hay con ella?

- Es… peligroso que caiga en las manos equivocadas, necesito que la guardes –el tono de Daniel era totalmente serio, no hablaba en broma-. No te recomiendo abrirla, pero tampoco te lo puedo prohibir, el destino sabrá. Lo único que tengo que decirte es que tienes que olvidarte de reunirte con los demás druidas, y de celebrar Samhain. Faltan un par de horas, quizá tres para el amanecer, y tienes que volver a tu casa sin levantar sospechas. No pueden encontrar esto, o, créeme, preferirías morir en la hoguera por ser una druida.

Antes de que Elena pudiera articular palabra alguna, Daniel le entregó la caja, dio media vuelta y se marchó. Cuando iba a perderse en la oscuridad, giró la cabeza y miró a Elena directamente a los ojos por primera vez. Y sin embargo no era la primera vez que aquellos ojos se encontraban. Elena entendió más cosas de las que él quiso hacerle entender, se incorporó, metió la cajita entre los pliegues de su ropa, y salió de aquella cueva, encaminándose hacia su casa. Dos preguntas retumbaban en su cabeza: ¿Por qué ahora? Y ¿Qué demonios hay en la caja del círculo del caldero blanco?”

sábado, 13 de agosto de 2011

Morgana's Dream (Part One)

“Había caído la noche y Elena avanzaba por un callejón oscuro, con un suelo pedregoso cubierto de paja y excrementos de caballo, lo cual era una suerte, o habría despertado a toda la gente de la aldea. Tenía prisa y nadie podía ver lo que iba a hacer. Se alejó serpenteando entre las casas, moviéndose entre las calles cercanas a la calle mayor. El ritual de Samhain se realizaba la noche del treinta y uno de octubre, era la festividad celta más importante del año, pero su significado había sido tergiversado y perseguido por la iglesia católica. El “Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición” había perseguido a mucha gente cuyas raíces no eran claras, o cuyo credo se ponía en duda. Y últimamente los peores parados eran aquellos a los que la Iglesia todavía consideraba celtas, porque, si bien hacía cientos de años que los celtas habían sido subyugados en la península ibérica por los romanos, y desde entonces no habían tenido ocasión de recuperar su credo, la Iglesia mantenía que los celtas eran las semillas del diablo.

Los católicos afirmaban que los celtas eran tentados por el diablo, disfrazado con uno de sus muchos disfraces. Y algunos sacerdotes incluso iban más allá, y defendían que los primeros celtas eran seres antropomorfos, pero de ningún modo humano. Algo así como sátiros, con la mitad superior humana, y la inferior de carnero, lo que sería una clara muestra de su origen, concebidos por Lucifer en su forma de macho cabrío, con una bruja. Así que considerando estos pensamientos, es lógico que el cristianismo persiguiera a los celtas con más ahínco que a los demás. Pero había otra razón. Una razón más oscura que nunca sería confesada a ningún profano a los ojos de la iglesia, y que tenía un origen mucho más místico. Los sacerdotes cristianos, poderosos sólo en palabras y gracias a la fe que sus fieles les profesaban, temían el poder de los druidas celtas, porque ellos, además de ser respetados y reverenciados por sus fieles, sí podían obrar milagros, muchos para bien, pero algunos para mal. Y eso era algo que no se podía permitir, jamás debería haber otro Merlín en la historia, o sería el fin del cristianismo.

Estando así las cosas, los celtas, druidas o no, eran considerados el enemigo público número uno, junto a los brujos. Por eso tenían que estar siempre alerta, y nunca dejarse ver por extraños. Por eso, siempre que iban a hacer algún ritual, buscaban refugio en los frondosos bosques que rodeaban las aldeas, y siempre lo hacían de noche. Pasaban bastante tiempo organizándose, y solían elegir noches o muy oscuras, con luna nueva para que fuera más difícil seguir su rastro, o noches muy claras, generalmente de luna llena, para poder orientarse mejor en el bosque. Dependía del clima y la época del año. También había veces que toda su organización se iba al garete por una tormenta, o por las nubes, aunque las nubes no eran problema para un druida, podían desplazarlas sin llamar la atención con un conjuro menor.

Aquella noche era una de esas noches de luna llena, que deberían tener buena visibilidad, pero había un manto de nubes cubriendo el cielo. Elena se aprovechó de eso para salir de la aldea, y no tenía pensado conjurar el viento para que despejara el cielo hasta que llegara al bosque, pero algo salió mal. Justo cuando salió del pueblo y llegó al camino, un fuerte viento empezó a soplar, llevándose las nubes hacia el sur, alejándolas del bosque y de la aldea. Mientras, Elena seguía en el camino, petrificada. No podía permanecer de pie en aquel lugar, pues lo único que la protegía era su capucha, que cubría su rubia melena, de no ser así, la reconocerían nada más verla, pues era la única mujer de la aldea a la que el rubio cabello le llegaba hasta la cintura. Justo cuando estaba saliendo del camino, encorvada para ocupar menos y pasar desapercibida en aquel paraje gris, un cuervo graznó en el bosque, lo que despertó a los vigilantes de la torre situada al pie del camino que llevaba hacia el bosque. De otro modo, no habrían visto la pequeña figura encapuchada que había en el camino. Estando ya totalmente despiertos, sin pensárselo dos veces ambos guardias cogieron sus arcos, y con el carcaj a la espalda, empezaron a lanzar saetas a aquella sombría figura. Era una suerte que las nubes hubieran desaparecido, así tenían una buena visión de la presa, y gracias a la altura, no tendrían muchas dificultades para acertarle. En efecto, apenas tras cinco lanzamientos, una flecha impactó en el objetivo, que se desplomó. Cuando iban a bajar a ver qué demonios era aquello, un rugido ensordecedor los congeló en el sitio, desgarrando sus corazones de una manera tan cruel, que se desplomaron en el sitio, inconscientes, y con las lágrimas recorriendo sus rostros desencajados.

Elena, malherida en el camino, no tenía muchas opciones. La flecha atravesaba su hombro derecho, y estaba perdiendo bastante sangre. De todas formas había sido afortunada, dentro de toda la mala fortuna que se había conjurado aquella noche, pues la flecha atravesaba limpiamente su trapecio, no había tocado hueso, y no era una herida mortal, pues no tocaba ningún órgano interno. A pesar del dolor y de todo lo que le quedaba por hacer aquella noche, Elena rió. Esos conocimientos de anatomía serían penados con la hoguera si la inquisición supiera que los poseía, y sin embargo, le iban a salvar la vida. Se irguió como pudo y se recostó contra el árbol más cercano. Entonces, con su mano izquierda desgarró su vestido con la ayuda de un pequeño cuchillo, y se metió la tela que arrancó en la boca. Entonces, dejándose los dientes contra aquél improvisado mordedor, partió la parte de la flecha que sobresalía por su espalda, para poder sacarla por delante sin hacer más grande y dolorosa la herida. Una vez hubo sacado la flecha, y secado la zona, se levantó y se acercó al río. Siguió desgarrando su falda. Esta vez cogió un poco de tela para humedecerla y limpiar ambos orificios de la herida. Se sentó, y siguió recortando la falda. Ahora le llegaba sólo por encima de las rodillas, sería vergonzoso que alguien la viera así, pero su vida era más importante. Con la tela que extrajo de su falda, taponó como pudo la herida, y emprendió el camino hacia el bosque, una vez más. Pero, una vez más, algo salió mal. En cuanto apoyó su pie derecho en el camino, Elena se desvaneció.”

miércoles, 10 de agosto de 2011

El Círculo del Caldero Blanco

La Taberna Templaria seguía funcionando a toda marcha, al margen de que una de las conversaciones que estaban teniendo lugar en aquel mismo instante en una de sus mesas pudiera cambiar la concepción del mundo. La gente seguía llevando una vida normal, sin percatarse de los sutiles cambios que la sociedad estaba experimentando, sin darse cuenta que el mundo había empezado a cambiar. No tanto el actual sistema político, condenado al ostracismo años antes por los sociólogos más reconocidos, cómo la propia perspectiva de la sociedad. El materialismo desmedido estaba dando paso a otro Leitmotiv, más regido por los sentimientos y la espiritualidad.

En realidad, el cambio no era tal, sino que más bien era un retorno a los orígenes. Al fin y al cabo, en todas las generaciones se impone cierto toque retro en algún campo, bien sea en la música, rescatando los vinilos del olvido, o en la moda, volviendo a sacar del armario –o de los cajones olvidados en el desván- las viejas converse, o los pantalones de campana. En esta ocasión, el campo en el que se estaba experimentando un movimiento hacia el pasado, era la filosofía. Desde principios de siglo, en algunos lugares del mundo incluso antes, estaban ganando adeptos esas terapias alternativas, como la acupuntura o el yoga. Bien por ser prácticas con miles de años de historia a sus espaldas, muy bien estructuradas jerárquicamente y con pocos cambios en sus planteamientos, o bien por las personas que se encargan de enseñar o instruir a esos nuevos adeptos, todo el paradigma filosófico-moral estaba empezando a cambiar. Una persona cambia a otras tres, y esas tres, a su vez, cambian a nueve más. El ritmo de cambio es exponencial, y aunque alguno no consiguiera cambiar la manera de pensar y de ver el mundo de aquellos que lo rodean, el cambio seguiría existiendo.

Pero existe otra forma de ver ese cambio, una forma menos benigna y sin duda, mucho más aterradora de ver ese cambio a priori positivo en las personas. En roma, a menudo las mentes instruidas decían: “Panem et circenses” –“Pan y circo”- haciendo referencia a la forma en que algunos Césares distraían al pueblo de los asuntos del estado. Esa expresión, muy de moda últimamente, también podía ser una explicación para el cambio espiritual que se estaba gestando en este nuevo siglo. Un cambio propuesto por ciertos grupos secretos que se ocupaban de regir un pueblo por encima del teatro de los gobiernos. Una forma de tener contento al pueblo, dándole menos de lo que merece, y haciéndolo feliz igualmente, mientras se continúa con su explotación por parte de las grandes multinacionales y los bancos. Así las cosas, los jóvenes siguieron con su acalorada discusión sobre los asuntos más urgentes del Círculo:

- No, nuestro círculo se ha hecho demasiado famoso últimamente. Incluso hay blogs sobre “Tempus Fugit” hablando sobre nuestros hipotéticos actos a favor de la libertad de las personas a conocer los motivos subyacentes de las decisiones políticas más trascendentes, o nuestros boicots a las manifestaciones orquestadas por grupos de “jóvenes airados”, que en realidad son dirigidas por los partidos de la oposición –rebatía Augusto, con su habitual toque solemne-. Lo que tenemos que hacer es seguir con nuestro trabajo, pero bajo otras siglas, que pasen más desapercibidas, y esperar que no encuentren nuestro sello en nuestros actos, o nuestras velas también se apagarán.

- Puede que esto no sea una coincidencia, Augusto, porque anoche tuve un sueño –todos los presentes intercambiaron miradas de sorpresa, los sueños de Morgana habían salvado muchas de las sorprendentes situaciones de riesgo en las que el grupo se había aventurado por una u otra razón-. No le había encontrado ningún sentido hasta ahora, y puede darnos unas nuevas siglas: “El Círculo del Caldero Blanco”. ¿Qué os parece?

Hubo un extraño rato de silencio, mientras todos los miembros asentían en señal de aprobación, tan sólo roto cuando un cliente borracho derramó cerveza sobre alguien y empezó un caos sinfónico de vajilla rota, gritos y risas. Ignorando lo que pasaba en la taberna, el misterioso grupo siguió con su debate.

- Morgana, el día que dejes de sorprenderme, seguramente sea el día de mi muerte –dijo Atenea entre risas-.

- Cuéntanos tu sueño Morgana, sin duda nos ha dejado un gran nombre, pero todos estaremos más tranquilos una vez lo hayamos interpretado en su contexto original, y hayamos descifrado su significado.

- John, sigo pensando que teníamos que haberte llamado Arquímedes.

- Hum… ¿Y eso a qué viene, Cleo? –preguntó extrañado John Dee-.

- De todos nosotros, eres el menos místico. Tu método es el método científico, y no puedes aceptar una hipótesis sin experimentación, por muy lógica que sea. Además, siempre sustentas tus juicios en las matemáticas. También sueles ser el tipo de muchacho astuto que, antes de hacer algún esfuerzo inútil busca una palanca que le ayude a llegar al mismo punto con un esfuerzo menor. Por no hablar de tu desconsiderada manía de decir “Eureka” cuando resuelves cualquier problemilla…

- Cleopatra, creo que conoces demasiado bien a nuestro amigo John… ¿quizá más de lo que aparentas? –Dijo Merlín entre risas-.

- Muy simpático Merlín, sino respetara a Morgana cómo la respeto, te mataría ahora mismo –Dijo Cleopatra con fingida aflicción, llevándose las manos a la sien, frunciendo el ceño y poniendo cara de concentración, cómo si intentara matarlo con poderes telequinéticos—.

- Bueno, cuando hayáis dejado a un lado vuestros líos amorosos, quizá Morgana podría deleitarnos con su sueño –dijo Hermes, tratando de devolver al asunto la seriedad que requería-. Creo que no hay que recordaros que hasta hace muy poco tiempo en nuestro grupo había tres personas más, que ya no pueden compartir con nosotros este plano…

- Hermes, sin duda es un asunto serio, pero en tiempos de grandes dificultades y pruebas, especialmente en tiempo de guerra, dónde uno no sabe cuántas veces más va a ver sonreír a sus compañeros, debe disfrutar de la compañía de los que quedan, y deleitarse con las preciosas sonrisas de sus compañeras –decía Merlín mientras dedicaba un guiño y una cálida sonrisa a Morgana, que seguía roja por la insinuación de Cleopatra-.

- Si, tienes razón, lo siento Merlín –se arrepintió Hermes, aunque tenía los ojos cristalinos y un poco enrojecidos-.

- No te disculpes Hermes, todos sabemos lo muy unidos que estabais Valquiria y tú. Y también sabemos que todavía no puedes perdonarte lo que pasó, pero no fue tu culpa, tienes que superarlo y seguir adelante. Sabes que es lo que ella querría –mientras decía estas palabras, Atenea pasó su brazo sobre los hombros de Hermes, intentando consolarlo-. Creo que este es un buen momento para que nos cuentes ese sueño tuyo del Caldero, Morgana…

miércoles, 3 de agosto de 2011

Mi SterioS

Sin que sirva de precedente, actualizo ANTES del mínimo requerido de 5 comentarios ajenos a mi persona. Si queréis que la historia continúe, comentad, o animad a alguien a que la lea y comente ;D.

" Apenas habían pasado un par de horas desde que el grupo se separó, a eso de las siete de la tarde. Habían quedado en reunirse de nuevo en la taberna Templaria a las once de la noche, pues tenían mucho que discutir y poco tiempo. Si era cierto que los estaban siguiendo, que los estaban cazando, tenían que darse prisa y no darle margen al enemigo para reaccionar. En los últimos meses su “sociedad” secreta había dejado de ser tan secreta, según lo visto, y no tenían la ventaja del anonimato. Comenzaron a utilizar alias en lugar de sus nombres cuando hablaban entre ellos, para que nadie ajeno al Círculo supiera a quién se referían. Hasta ahora, las bajas contaban a tres de los más prominentes miembros de la orden, Duquesa, Valquiria y, recientemente, Barón. Ellos eran la logística del Círculo, se habían ocupado de organizar las reuniones, de conseguir la información, y de proporcionar los medios. Sin duda, era un duro golpe, uno del que les costaría levantarse, pero que todavía les costaría más olvidar. La guerra había comenzado, aunque los números en ambos bandos eran muy desiguales, y, desde luego, no iba a ser una batalla abierta. No, sería mucho más peligrosa que eso, una auténtica guerra en las sombras de la historia…

Eran cerca de las once de la noche, y los siete miembros estaban empezando a reunirse en la taberna. Tan sólo faltaban dos miembros. Habían llegado las tres mujeres restantes, Atenea, Morgana y Cleopatra, y dos de los cuatro hombres, John Dee y Augusto. Hermes y Merlín todavía tenían un par de minutos para llegar a la hora, pero se notaba cierta tensión en el grupo, cosa que no era de extrañar teniendo en cuenta los últimos acontecimientos. Además, por si no era poco que faltaran los dos teóricos más sobresalientes del grupo, Hermes todavía tenía consigo el cuarzo. Y eso era algo que tenían que proteger a cualquier precio. Mientras divagaban, un fuerte estruendo metálico resonó en la taberna.

- Son las once de la noche señores, ¡La hora feliz! Hoy tenemos dos por uno en cerveza extranjera, y en whisky –Anunció el camarero con bastante energía-.

En aquel momento la puerta se entreabrió, y entraron por ella dos hombres, uno de ellos vestía vaqueros y una camisa blanca de manga corta, por lo que se le veían bastantes pulseras en ambas muñecas, y un reloj de muñeca plateado, mientras que el otro hombre vestía de una forma un poco más… extravagante: empezando por sus pies, llevaba unas sandalias de estilo romano, un pantalón pirata y, ahora venía lo extraño, un chaleco con capucha. Llevaba los botones del chaleco desabrochados, de manera que se podía ver su torso desnudo, dejando al descubierto un tatuaje: unas alas blancas cruzaban su pecho.

Los recién llegados se encaminaron sin mirar a nadie a una de las mesas situadas en el fondo de la sala, dónde ya había reunidas cinco personas, y se sentaron en las dos sillas vacías que había, atrayendo las miradas de todos los allí presentes. Entonces, al parecer, empezó una animada charla entre los amigos y la gente de la taberna dejó de hacerles caso al escuchar las carcajadas que profería el grupo.

- Ya pensábamos que no ibais a venir –dijo una de las mujeres, visiblemente preocupada-.

La joven tenía entre sus manos un periódico gratuito y en primera página salían las fotos de los dos últimos y misteriosos asesinatos de la ciudad. Clara Hernández y Sofía Cáceres habían sido halladas muertas en sus dormitorios, con tres días de diferencia. Todo habría sido normal de no ser porque la policía había confirmado que la causa de las muertes no era el suicidio, por lo demás, no había nada seguro todavía.

- Hubiéramos llegado antes, pero nos seguían. Tuvimos que usar algún “truquillo” para despistarlos… -dijo el joven del chaleco con capucha, serio- no obstante, estamos un poco sorprendidos, nuestros perseguidores han resultado plantear más preguntas de las que han resuelto. Por cierto, Morgana, ¿Podrías apartar ese periódico? Todavía me cuesta asimilar las muertes de Duquesa y Valquiria… "

domingo, 31 de julio de 2011

Pequeño inciso

No sé cuantos lectores tengo. En parte por eso tampoco actualizo muy a menudo, ni hago muchas entradas.

Pero si me gustaría resaltar el hecho de que este blog ha pasado de ser un lugar en el que vierto mis ideas, fantasías o sueños, a ser un micro-espacio literario. La mayoría de las entradas son pequeñas historias, algunas sueltas, otras sutilmente ( o no tanto, la verdad) hilvanadas para formar un relato más grande.

Buscando una explicación a este hecho, la única que le encuentro es la siguiente: Hay en la literatura un mecanismo fantástico que tira constantemente de mí. Uno de mis sueños es llegar a escribir un libro. Pues bien, cómo todavía no encuentro esa motivación que necesito para escribir un buen libro, porque siento que me falta todavía alguna otra cosa por hacer antes de ponerme a escribir, cuando mi instinto literario me llama, me siento en el ordenador, abro el blog y escribo.

No sabría decir si escribo para mí, o si lo hago para vosotros, seáis quienes seáis, y me leáis ahora, o dentro de unos días, meses o años. Tampoco sabría decir si escribo porque me gusta, porque lo necesito, o porque me gusta que la gente diga que se me da bien.

Creo que lo hago porque me encantan las historias. Siempre me ha gustado fantasear y descubrir miles de historias en el mundo, relatos, cuentos, novelas, series, películas, juegos... y cómo sé que hay gente que necesita más historias, más personajes... esta es mi aportación. Es mi granito de arena al día a día de la lectura cotidiana.

Bueno, me he enrollado mucho y sé que nadie lo leerá, lo que hace que el esfuerzo sea, a su vez, absurdo, pero lo hecho hecho está, y lo dicho, dicho queda.

Un saludo a todos los lectores potenciales, y a los lectores en acto. Espero que disfrutéis leyendo estas pequeñas historias tanto, cómo disfruto yo escribiéndolas.

Tempus Fugit

- Así es, nuestros peores temores se han confirmado. Esta mañana han encontrado al Barón muerto en su cama. Las puertas y las ventanas estaban cerradas desde dentro y no había signos de violencia. Cuando llegué allí... -hizo una pausa, claramente afligido por lo que vio en aquel instante-. Cuando llegué allí, todavía estaba tumbado en la cama, nadie se había atrevido a tocar nada, por los pelos se aseguraron de que estaba muerto buscándole el pulso en el cuello. Nada, absolutamente nada podía haberme preparado para lo que vi después. Al destaparlo... -su voz se quebró, y necesitó unos minutos para continuar, resultaba obvio que había sido una experiencia muy desagradable-. Al destaparlo, las dos enfremeras se desmayaron, el médico tuvo arcadas y yo tuve que ir al baño a vomitar. Toda la cama estaba cubierta de sangre y lo único que el pobre Barón tenía en buen estado, era la cabeza y el cuello, todo lo demás estaba destrozado, era irreconocible. Quien quiera que lo hiciera quería darnos un aviso, y por eso dejó que lo reconociéramos. Nos están cazando, implacables. Van tres, quedamos siete.

- Pero no puede ser, ¡No hemos hecho nada! Ni siquiera somos una amenaza para nadie... -Dijo el hombre que estaba apoyado en la estantería, al lado de la puerta-.

- Eso es irrelevante, John. Lo que hayamos hecho o dejado de hacer no les importa, y ellos ven el conocimiento y la verdad como una amenaza. Para ellos, la Verdad es más peligrosa que tener una espada contra su cuello y una daga en su espalda. Su política se basa en la ignorancia y el miedo, y cuando pierdan una de las dos cosas, su castillo de naipes se desmoronará. No pueden dejar que nadie que cuestione su autoridad, sus métodos o sus palabras queden impunes...

El silencio volvió a reinar en la sala. Sólo se oían las respiraciones de las seis personas que había en la habitación, inconstantes, nerviosas. La joven seguía inquieta, cómo si quisiera decir algo que le aterraba tanto, que la mera idea de pensarlo la estuviera despellejando viva. Luchaba contra si misma por serenarse, por encontrar un camino en su mente que le permitiera plasmar su idea con unas palabras que fueran lo suficientemente inofensivas cómo para no asustar a los demás, pero a su vez firmes, para que la tomaran en serio. Por su parte, el muchacho que acababa de llegar se había vuelto a sentar, envuelto en su misterio habitual. Con él siempre era todo igual. Nadie sabía en qué pensaba, pero todos podían sentir una gran presión en el aire cuando estaban cerca de él. Era como sí tuviera un gran poder, uno tan grande, que cualquier persona normal podía sentir, porque era incapaz de suprimirlo del todo. Mientras la joven divagaba sobre su aterradora idea, el muchacho se levantó, una vez más, y comenzó a hablar.

-Lo único bueno de todo esto, es que, por una parte, ya podemos hacernos una idea de quién es nuestro enemigo, y por tanto podemos comenzar a tomar medidas. Por otra parte, he recuperado el cuarzo -en ese momento sacó del bolsillo de su pantalón vaquero un cuarzo de aproximadamente medio puño de tamaño, un cuarzo normal y corriente de no ser porque, en su interior había una especie de polvo amarillento formando un símbolo, una runa-. Este cuarzo tiene las respuestas que necesitamos, pero todavía no estamos listos para comprenderlo, así que tenemos que decidir que vamos a hacer con él, quién lo guardará, quién lo investigará y quién lo protegerá. También tenemos que decidir quién va a hacerse cargo del puesto libre que nos queda ahora con la ausencia del Barón...

sábado, 30 de julio de 2011

Darkness Within

La joven muchacha paseaba con cierto nerviosismo entre los muebles del salón, cosa que no sería curiosa de no ser porque el salón apenas tenía espacio para pasear. Las altas estanterías lo flanqueaban como las murallas de un castillo medieval, y en el centro de la sala había una imponente mesa circular de roble con doce sillas esparcidas alrededor. La pared que daba al exterior albergaba un inmenso ventanal, ahora tapado por unas cortinas rosadas un tanto repipis para mantener la penumbra. Lo cierto es que entrar en aquella habitación era casi como tele-transportarse a una biblioteca. El único electrodoméstico que había allí era una minicadena, que ahora estaba haciendo sonar música clásica por los altavoces. Aquél ambiente era tan tenso, que cualquier sonido provocaba incómodas miradas.

Las noticias que todos ellos habían recibido no podían ser ciertas. Algo así no pasaba de la noche a la mañana, no podía cogerles por sorpresa, no a ellos. Era sencillamente imposible, que todo su esfuerzo durante los últimos meses hubiera sido en vano, y que su red de información estuviera tan hueca y desprovista de anclajes reales. Tanto tiempo previendo la situación, anticipando los problemas, trabajando en las sombras... ¿Para qué? Todos en aquella sala se sentían vacíos, desprovistos en un instante de aquel sentimiento ardiente que les había acompañado durante las últimas semanas de sus vidas. No podían hacer otra cosa que esperar más noticias, noticias reales, contrastadas y fidedignas, que arrojaran nueva luz sobre el asunto.

Entonces, la puerta se abrió de repente y cómo una exhalación, un joven con vaqueros desgastados y una camiseta azul marino entró, resoplando. En cuanto recobró el aliento, se acercó a las cortinas, las entreabrió, echó una ojeada y, sin más, se acercó a una silla y se dejó caer en ella, derrotado. Con los antebrazos descansando sobre los muslos, y la cabeza entre las manos, el recién llegado mantenía toda la atención de las cinco personas que había en aquél salón. La joven inquieta, se acercó a él, y puso su mano izquierda en el hombro derecho del muchacho, intentando reconfortarle. Notó cómo el cuerpo del muchacho se tensaba, incómodo ante el contacto de aquella cálida mano en un día tan frío, tan funesto cómo aquél. El muchacho se irguió, apoyó las manos en la mesa y comenzó a narrar su historia...