martes, 5 de noviembre de 2013

Noche Sin Luna

                "Acercaos niños y niñas, y los no tan niños y no tan niñas no os alejéis demasiado, porque puede que os guste lo que os voy a narrar -gritaba con voz teatral un bufón de mediana edad que se hallaba frente al Árbol del Tiempo, tratando de atraer las miradas y la atención de todo aquél que paseara por la plaza. De momento lo estaba consiguiendo-. Todo empezó hace quince años, en una oscura noche de verano en la que los copos de nieve caían sigilosos allí donde no deberían haber caído. Era una noche sin luna en uno de los barrios más tétricos de una de las más tétricas ciudades, edificada en el siglo dieciséis allí donde nadie se había atrevido a vivir jamás. Lo primero en construirse fue, cómo no, una iglesia, en la zona más elevada del "túmulo negro". ¿Qué? -preguntó el llamativo personaje, volviendo a reclamar con su pregunta a sus oyentes menos fieles- no me miréis así, ese es el nombre que le daban a nuestra ciudad antes de erigirla, ¿sabéis por qué? No, claro que no, pero pronto lo sabréis.       
                Cuentan las viejas más chismosas y los viejos más cotillas, que cuando las huestes del Rey Fe se adentraron en estas tierras,     miraran dónde miraran, siempre veían el mismo lugar: un monte lejano del que toda luz parecía huir -terminó la frase en un tono grave, añadiendo intensidad al discurso, haciéndolo más selecto, más íntimo, casi secreto-. Durante más de doscientos años, los soldados que invadían estos parajes verdosos y bendecidos con la gracia de los dioses, no se atrevieron a pisar el "túmulo negro". Conquistaron al pueblo que habitaba nuestro país, y diezmaron a la población que habitaba entre sus fronteras, pero este lugar en el que nos encontramos -añadió el cuentacuentos a la vez que con un gesto de su brazo derecho abarcaba toda la ciudad-, fue el único que no cedió jamás al invasor. Una antigua tribu indígena, gente que vivía por y para la guerra, se estableció aquí, y ellos fueron nuestros antepasados. Los fundadores de la ciudad que se haría famosa por sus fachadas obsidiana y sus tejados del color de una noche sin estrellas. Quizá fuera esa oscuridad la que atenazaba el corazón de los invasores, o quizá no, pero el Árbol del Tiempo jamás ha visto a nadie de los nuestros hincar la rodilla ante el enemigo, y lleva aquí desde mucho antes que los padres fundadores pisaran el túmulo.
                Como iba contando, lo primero que se edificó fue una iglesia, aunque no la que podemos visitar ahora, aunque imagino que habréis caído en la cuenta, claro -dijo con una media sonrisa cómplice-. La iglesia de nuestro pueblo no está en el punto más alto, aunque no está muy lejos. No, Erigieron un templo de roca y viento al que los sabios de la tribu se dirigían a escuchar las respuestas de los dioses. No me voy a detener en este tema ahora -comentó el bufón, mirando distraídamente su reloj de bolsillo-, aunque podría hacerlo porque es un tema muy interesante. Lo que nos importa es que, después de aquél templo, los constructores, por llamarlos de alguna manera, no diseñaron absolutamente nada, simplemente construían casas una al lado de la otra, como les convenía. Por eso las callejuelas del barrio alto de la ciudad son tan estrechas. Cuando yo era joven, de hecho... no te rías niña, no soy tan mayor -reprendió el cuentacuentos a una niñita del público, con fingido gesto ofendido-. Cuando yo era joven, encontré el esqueleto de un gato que se había quedado atascado en el espacio entre dos casas contiguas, seguro que todos sabéis a qué casas me refiero. Como sea, gracias a su falta de organización, siempre que se acerca la noche de las ánimas, el aspecto del barrio alto se torna más y más sombrío, y todos los años algún niño baja corriendo de allí, aterrado, entre gritos y lloriqueos.
                Pues bien, aquella noche sin luna de la que os hablaba, hace quince años... No, no hace quince años que os hablaba de la luna, sino que la luna sucedió hace quince años, mira que os gusta distraerme, ¿eh? -el bufón casi consiguió su cometido, porque los niños reían, aunque los mayores lo miraban con gesto adusto, y ojos famélicos, como si estuvieran a punto de saltar a devorarlo-. Aquella noche, mientras la nieve caía y las gentes de la ciudad dormían, sucedió una terrible tragedia: Un joven muchacho, ciego desde el día que nació, sufrió un terrible accidente. Lo contrario a un milagro, peor que una maldición. Aquella noche había salido de casa, acompañado como siempre por su fiel perro guía, y estaba paseando entre las callejuelas del barrio alto cuando la desgracia le sobrevino.
                El niño, ni supo ni pudo explicar qué había pasado, pero cuando lo encontraron, la mañana siguiente, continuaba gritando, aunque muy débilmente, pues tenía la garganta en carne viva y estaba tosiendo sangre. Tenía la espalda recostada contra la fachada de una casa y la frente perlada de sudor. Se hallaba semienterrado en la nieve, y no había ni rastro de su fiel lazarillo, si no contamos la sangre. Había sangre en todo el callejón, y un gran charco al lado del muchacho. Oh, venga, no les tapéis los oídos a mis jóvenes amigos, porque ahora llega lo mejor -dijo el sombrío bufón, con una sonrisa desquiciada colgando de sus labios-. El niño, que no había visto nada en toda su vida, recordaba un color que no supo describir, y lloraba sangre. Desde aquella fatídica noche, todos los días llora sangre, y tiene pesadillas.
                ¿Sabéis con qué sueña, niños y niñas? Sueña con un hombre de casi tres metros de altura, que se acerca a él mientras su perro lo guía por las enrevesadas calles del barrio alto. Es extraño, porque el chico puede verlo perfectamente, y sabe describirlo: No es un hombre atractivo, lleva gafas y una barba rala, desaliñada. Su rostro no es simétrico, y, bueno, para acabar antes, tiene cara de tonto. ¿A qué vienen esas caras de sorpresa, os recuerda a alguien?                 Qué cosas tiene la vida, que a todos nos pone en su lugar, hasta a las personas que se aprovechan de los demás, fingiendo ayudarles. Incluso a los hombres que se acercan a los niños ciegos a traición, a sabiendas de que no van a poder esquivar el ataque que no son capaces de ver. Nuestra mente es capaz de devolverle la vista a un niño ciego para que pueda odiar y perseguir al culpable de atacarlo. Nuestra mente puede despertar, y enseñarnos a hacer lo correcto,  a tratar de detener a los que se aprovechan de que tenemos los ojos cerrados. Puede darnos fuerzas para enfrentarnos a nuestros miedos, así que no lo olvidéis niños: Abrid bien los ojos, para saber quién tiene que pagar por cómo vais a tener que vivir.

                ¡¡¡DESPERTAD!!! -bramó el siniestro cuentacuentos, mientras una vaharada de densa niebla, surgida de ningún lugar lo envolvía y lo hacía desaparecer, dejando a todos los presentes con la boca desencajada, y mucho en lo que pensar."

lunes, 4 de noviembre de 2013

Palabras que Forman Historias. Dos: Honestidad, Esternocleidomastoideo, Almeja, Supercalifragilísticoexpialidoso, Camino, Ventana, Estetoscopio.

                Los primeros rayos del alba bañaron su rostro, enterrado entre sus brazos y la toalla. Se había quedado dormido en la playa, después de una noche de locura y desenfreno, con más desenfreno que locura. Alzó su cabeza, lentamente, todavía aturdido por el estupor fruto del exceso de alcohol. Su pelo recordaba a la melena de un león que hubiera pasado una noche de lluvia a la intemperie, después de que un elefante le hubiera revuelto el cabello con la trompa. De hecho, una obra de Picasso sería más fácil de identificar, aun en la lejanía.
                Sus ojos seguían entrecerrados a causa de la molesta luminosidad, pero eso no le impidió otear en derredor, a ver si un estímulo visual reforzaba su mermada memoria. Se llevó una agradable sorpresa cuando vio que dos hermosas mujeres estaban situadas en sus flancos, una preciosa pelirroja con un cuerpo imposible a su derecha, que parecía seguir en su séptimo sueño, o en la cuarta luna de Saturno, no sabría decirlo basándose únicamente en su sonrisa de felicidad, y en el charco de saliva que se había formado bajo sus carnosos labios. La otra, morena y de piel oscura, con más curvas pero un cuerpo igual de impresionante, dormía en una postura menos femenina. Bueno, no era una postura ni femenina, ni cómoda, o al menos eso le pareció a él. Seguramente luego tendría dolor de cuello, y también de espalda.
                Se llevo una no tan agradable sorpresa cuando vio que un hombre con centro de gravedad propio le miraba con una sonrisa pícara pero nada cómplice y muy maliciosa, ¿Qué demonios había pasado esa noche? Fragmentos inconexos aparecían en su mente, como el flash de una cámara de fotos. De hecho, ese flash debía ser también un recuerdo, porque lo veía una y otra vez, seguro que había alguien en la fiesta de la playa tomando fotografías y registrando aquella desvergonzada velada para la posteridad. Recordaba a las preciosas jóvenes, que habían llegado a las playas de Aguatemplada de vacaciones. Le sonaba que habían hablado en un inglés dubitativo y tenso, al principio, y luego en un popurrí despreocupado y "alegre".
                La historia de la noche fue tomando forma mientras el muchacho se levantaba y paseaba por la playa, tratando de recordar. Vio un destello en la arena, y se agachó a ver que era. El objeto brillante resultó ser unas llaves. Genial, alguien estaría intentando entrar en casa mientras probaba a abrir la puerta con la llave del coche. Se levantó y un pequeño mareo sacudió todo su cuerpo, obligándole a sentarse. No recordaba haber bebido tanto alcohol la noche anterior, aunque claro, apenas recordaba nada. Mientras echaba las manos hacia atrás y miraba cómo las gaviotas sobrevolaban el mar, con visible torpeza hasta para los que no poseían conocimiento alguno en ornitología, su mano rozó algo extraño. Lo palpó bien y decidió cogerlo, ya que no era capaz de identificarlo por el tacto. Cuando puso el objeto frente a sus ojos, le llamó la atención descubrir que se trataba de una almeja. Estuvo un rato con la vista fija en el horizonte, y se quedó tan absorto que no se enteró de que la muchacha pelirroja se acercaba a él, con una sonrisa tímida dibujada en su rostro, y caminando descalza y alegre sobre la tibia arena.
               
                - ¡Hey "Pretty Face"!, ¿qué haces aquí? - La voz dulce y aflautada de la preciosa joven rompió el ensimismamiento del joven, que se volvió hacia ella sobresaltado-. ¿te aburrías con Lara y conmigo? - la tímida sonrisa cambió rápidamente a una más pícara y agresiva-.

                - Pues... creo que no me "aburrí" - contestó el muchacho, haciendo caso omiso del mote que le habían puesto las jóvenes extranjeras, y devolviendo picardía por picardía-, aunque no lo recuerdo muy bien. Creo que no fue una mala noche porque he visto que tengo marcas de mordiscos en distintos puntos del cuerpo, pero no recuerdo quién me las hizo. Por favor, dime que me las hicisteis Lara y tú, y prométeme que nuestro amigo - hizo un ademán con la cabeza, menos disimulado de lo que hubiera querido - "Homer" no participó en la sesión privada.

                Su rostro al expresar aquella preocupación que le llevaba rondando la cabeza desde que viera al hombre entrado en carnes observarle descaradamente debió ser un auténtico poema, porque la preciosa pelirroja rompió a reír de manera escandalosa. Su ataque de risa, aunque consiguió mejorar el sombrío humor del joven, no lo tranquilizó en absoluto. Cada vez que la joven trataba de hablar, se atragantaba con una nueva oleada de carcajadas, así que tuvo que estar un buen rato en silencio antes de articular palabra. Cuando por fin se calmó, tuvo que retirarse unos lagrimones que le resbalaban por sus perfilados pómulos con el dorso de la mano, mostrando una gracilidad indescriptible.

                - No te preocupes, cara bonita - le susurró mientras deslizaba el dedo índice de la mano derecha por el mentón- no dejamos que "homer" - la belleza de cabellos de fuego tuvo que hacer un visible esfuerzo para no volver a estallar al pronunciar su nombre- jugara con nosotros, sólo Lara y yo jugamos contigo, encanto. Nuestro amigo se limitó a observarnos en cuanto Lara le dijo que prefería operarse de apendicitis ella misma a que él la tocara, y yo le di mi estetoscopio...
                - ¿Tu estetoscopio? - el muchacho estaba cada vez más confundido, no recordaba nada de aquello y eso le ponía nervioso-.
                -¿No te acuerdas? Parece que ibas más borracho de lo que recuerdo... -la sonrisa que había ondeado en el rostro de la joven toda la conversación se evaporó, parecía decepcionada con aquella revelación- Bueno, te haré un resumen:
                "Lara y yo somos enfermeras en nuestro país, pero las cosas no pintan nada bien allí, supongo que aquí pasa lo mismo con la puñetera crisis económica y toda esa mierda. Bueno, eso ahora no es muy importante, vamos al meollo del asunto. Hemos estado juntas desde el primer año de la facultad, y empezamos a trabajar el mismo día en el mismo hospital, llevábamos tres años trabajando más de diez horas diarias sin prácticamente un día de descanso, hasta que, la semana pasada, nos despidieron. No nos dieron explicaciones, nos pagaron la miseria que nos debían y nos pusieron de patitas en la calle.
                Cuando estábamos saliendo del hospital, terriblemente enfadadas, uno de los doctores se acercó a mí y me pidió que me casara con él. Me dijo que le gustaba desde que empecé a trabajar allí, y que no se había atrevido a decirme nada, pero que con lo del despido le daba miedo que no volviéramos a vernos, y que cómo todo había sido muy repentino y aquello se le había ocurrido en ese mismo instante, no tenía nada que darme como regalo de pedida, así que me dio su estetoscopio. Un puto estetoscopio. En fin, el hombre podía ser mi padre, y yo estaba de muy mal humor, así que lo mandé a paseo, aunque él, como un buen caballero, como última muestra de honestidad me dijo que me quedara el estetoscopio para que me acordara de él cada vez que lo viera, porque aunque yo no lo comprendiera sus sentimientos eran reales, y no podía aceptar que le devolviera el regalo. Gracias a él vinimos aquí de vacaciones, a Lara se le ocurrió que teníamos que desmelenarnos y celebrar una "no despedida de soltera". Llevábamos tanto tiempo trabajando sin parar, y sin salir, que nos dimos un capricho, cosas de la vida, ¿no?
                Cuando el avión aterrizó y llegamos al hotel, ayer a la hora de la siesta, que por cierto, me parece una costumbre genial, nos enteramos de que se iba a celebrar una fiesta en la playa, así que deshicimos las maletas, nos arreglamos, y vinimos aquí lo más coquetas que pudimos, a conocer hombres. Y ahí apareciste tú, genio. Un hombre guapo, divertido e inteligente que nos conquistó con halagos, y nos convenció de ceder a nuestros deseos más básicos e incontrolables. Y vaya si cedimos... Pero si no te acuerdas, cara bonita, no seré yo quién te lo cuente, así que tendremos que repetir -el rostro de la preciosa muchacha se tornó rosado, de un color casi tan vivo como su cabello, y su sonrisa pícara volvió a aflorar en sus carnosos labios- lo más ridículo de la noche fue cuando intentaste enseñarnos palabras difíciles en tu lengua. Estuvimos casi media hora tratando de aprender a decirlas antes de que mi cabeza se bloqueara y tuviera que callarte con un beso, ya sabes, por eso de practicar una nueva lengua y tal. Las palabras eran... spe... sde... estern... -viendo que la joven se atascaba, el muchacho decidió intervenir, con una sonrisa sobria y contendida-."
                - ¿Esternocleidomastoideo?
                - Sí, esa era la fácil -dijo la pelirroja del cuerpo imposible mientras ladeaba su sonrisa  y miraba hacia el cielo, tratando de recordar-. No recuerdo más que cómo empezaba la otra palabra, dijiste que era una palabra de una película. Empezaba por super.
                - ¿Supercalifragilísticoexpialidoso? -esta vez el muchacho no pudo evitar reírse a la vez que decía la palabra, consiguiendo que la joven pelirroja lo mirara con desconcierto-. Bueno, se ve que anoche estaba gracioso, ¿qué puedo decir?
                - ¡Oh! yo no esperaba que dijeras nada, cielo -dijo la joven mientras se abalanzaba sobre él con una sonrisa traviesa-.

                Pasaron casi media hora retozando en la arena, hasta el punto que desde lejos tan sólo parecían ser un montículo de arena el breve tiempo que estaban quietos. Entre besos y risas, perdieron la noción del tiempo, y cuando el agua del mar empezó a salpicarles, decidieron que ya iba siendo hora de despertar a Lara. Mientras rehacían el camino de vuelta hacia donde habían dejado las toallas, y a Lara durmiendo a pierna suelta, pasaron cerca de los restos de la hoguera de la noche anterior. Había ardido con fuerza, y de los tres metros de fuego que alcanzara, ahora tan sólo quedaban unas pocas ascuas mecidas por el viento, que soplaba con desgana.

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                - Jaime, ¿qué haces asomado a la ventana? -preguntó una mujer de mediana edad, curiosa-. Creo que nunca te había visto tan melancólico.
                - ¿ah? - dejó escapar Jaime antes de volver a la realidad-. Perdona jefa, estaba fantaseando un poco, y pensando en cómo se parece una hoguera al amor de verano...
                - ¿En cómo... ¡¿Qué?! - la corpulenta mujer parecía inusitadamente sorprendida, como si la persona más seria del mundo le hubiera contado un chiste totalmente absurdo y fuera de lugar-.
                - No es nada -respondió Jaime, evasivo-. Tenemos que terminar esto si queremos llegar a tiempo...


                Mientras Jaime dejaba atrás a su jefa en la sala de reuniones, su mente voló más allá del mar, y de los kilómetros que los separaban. Evocó el recuerdo de la hoguera una vez más, el fuego, el crepitar de las llamas... y, de nuevo, se sorprendió pensando en otro fuego, y en el incombustible entusiasmo que lo acompañaba. Qué tendrá el fuego que hace que los hombres se pierdan en él...