miércoles, 29 de enero de 2014

El Bosque de las Hadas

          Una suave melodía flotaba en el aire, etérea y pura.  Sonidos vacuos la interrumpían con una cadencia monótona, repetitiva, cansina. Casi parecía ser el golpeteo incesante de una piedra contra el tronco firme de cualquier roble de los que poblaban el tupido bosque. En aquella espesura era difícil encontrar un camino, y más ahora, después de las recientes lluvias de las últimas semanas, que habían hecho crecer todo tipo de maleza. Los zarcillos se alzaban aferrándose a todo lo que tenían alrededor, cubriéndolo todo y dando un aspecto de lo más tétrico a aquél lugar.
           Aún así, la joven muchacha no perdió el aliento, y seguía adelante con una fuerza y una determinación encomiables, a pesar de los muchos arañazos que ahora marcaban sus pantorrillas.  Unos minutos antes, no sabría decir cuántos, había escuchado un grito mientras iba caminando por una senda que bordeaba aquél bosque de robles. Dubitativa, dirigió una tensa mirada al bosque, evaluándolo, juzgando si merecía la pena adentrarse en aquél lugar de viejas y sombrías leyendas, o si era preferible hacer como que no había oído nada. Un segundo aullido, más agudo y apremiante sucedió al primero, y un tercero se escuchó no mucho después. Resignada, exhaló el aire en una lenta vaharada y se adentró en el bosque.
        Había pasado un buen rato desde aquél primer grito, y Sofía empezaba a dudar si había sido un auténtico chillido de terror pidiendo auxilio, o una estratagema para conseguir que se adentrara sola en el bosque. Durante años, su abuela siempre le contó la misma leyenda sobre aquél lugar cuando la acostaba en la cama, y ella aún la recordaba como una aburrida letanía:

          "Hace muchos años, en el Bosque de las Hadas, qué es como se llamaba al viejo bosque de robles que hay en las afueras del pueblo, vivía una vieja mujer a la que llamaban la bruja de las hadas. Al parecer no era de por aquí, y una noche en la que el bosque estaba en llamas y la gente del pueblo fue a apagar el fuego, la encontraron, desmayada en medio de un círculo de fuego. Las lenguas ígneas parecían consumirlo todo, salvo aquél pequeño círculo, dónde el naranja ocaso daba paso al azul celeste. Cuando los aldeanos hubieron extinguido el fuego, los ojos de la mujer se abrieron de par en par. Parecía estar aterrada y repetía un nombre: Emilio.
             Ella tendría unos treinta años en aquél entonces, y la describen como una hermosa mujer, curvilínea y con cabellos áureos que resbalaban sobre sus hombros para llegar hasta su cintura. Pese a la insistencia de los jóvenes de la aldea, y de algún aldeano no tan joven para que los acompañara al pueblo, la misteriosa mujer desechó todas las ofertas y se quedó viviendo allí en mitad de un bosque marchito, rodeada por cenizas y muerte. Con el tiempo, y la ayuda de los jóvenes que querían cortejarla a pesar de lo extraño de su aparición y de su edad, ya que todas las jóvenes se casaban como muy tarde a los veinte años en aquél entonces, construyó una especie de refugio en una cueva , con todas las comodidades que quién vive en un bosque podría encontrar: un lecho de hojas secas, unos tocones que formaban taburetes, y medio tronco recortado toscamente para hacer de mesa. Unos cuencos de barro le servían de platos y vasos, y la única herramienta que jamás poseyó fue una extraña navaja, con una magnífica empuñadura dorada y una hoja negra como el carbón.
            Con el tiempo, la gente fue aprendiendo cosas sobre ella: Su nombre era Clara. Era la joven hija de un mercader rico de un reino muy lejano, al Sur, cruzando el paso del Buey Tuerto. Había conocido a un joven llamado Emilio, un soldado que le había enseñado su lengua, por eso los entendía y podía comunicarse con ellos. Se enamoró del joven y mantuvieron el romance en secreto durante meses, hasta que su madre se enteró y la amenazó con contárselo a su padre. Aterrada, la joven fue a pedir auxilio a una buena amiga, una curandera, para que los ayudara a huir.
            Su amiga los citó en un bosque de hayas que había cerca de su casa a medianoche, la próxima luna llena. Se dio cuenta de su error demasiado tarde. Cuando llegaron al lugar acordado, un extraño círculo dibujado en el suelo con lo que parecía ser sangre de algún animal estaba dibujado en el centro del claro. Su amiga les dijo que eso formaba parte de un ritual ancestral para atraer la suerte antes de un peligroso viaje, pero la joven receló. Su amado, no obstante, pareció confiar en la curandera, así que siguieron sus órdenes. Una vez situados en el centro del círculo de sangre, la joven observó que el rostro de su amiga se desfiguraba en una mueca de odio y desprecio. Les confesó que había estado enamorada del joven todo el tiempo y que fue ella la que contó a la madre del joven que mantenían una relación secreta. Les dijo que si el hombre de sus sueños no podría estar con ella, tampoco estaría con Clara, y los maldijo. Entonces arrojó una pequeña tea al círculo y la sangre comenzó a arder,  formando altos muros de fuego de los que no podían huir de ninguna forma. Entonces juró que nada podría salvarlos y riendo en convulsas carcajadas, dio la espalda al hombre que amaba y a la mujer que había sido su mejor amiga y los dejó morir en un círculo de fuego eterno.
            En ese momento de terror, el rostro de Emilio parecía en paz, y Clara lo miró sin comprender. Él sonrió, y le dijo que en realidad era un ángel enviado a la tierra para encontrar al mensajero de Dios. Le pidió perdón por haberla engañado y la besó con ternura y delicadeza. Entonces se confesó. Confesó haber traicionado la voluntad de su señor al haberse enamorado de una mujer, pero dijo que no se sentía culpable, porque su padre le había enseñado a amar por encima de todo, como a todos sus hermanos. Confesó no haber sido capaz de llevar a cabo el designio divino y haber fallado en su misión. Entonces pidió un último favor a su padre: Cambiaría sus alas y su vida por las de Clara. Entonces Emilio miró a Clara y le pidió que cerrara los ojos. La última visión que Clara tuvo de su amado fue cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas y se precipitaban contra el suelo. Entonces perdió el conocimiento, y despertó más tarde en un círculo rodeado por extraños que hablaban como su amado.
             Cuando se despejó y fue capaz de pensar con claridad, se dijo que pasaría su vida tratando de encontrar un medio de comunicarse con Emilio, porque si era un ángel, dudaba que Dios lo hubiera matado como él pidió, para que ella pudiera sobrevivir. Así intentó comunicarse con los ángeles, con Dios o con cualquier cosa que hubiera en los alrededores. Empezó a hablar con las hadas que poblaban el bosque, y fue ampliando su círculo de amistades sobrenaturales, aunque nunca, en su larga vida, consiguió hablar con un ángel.
            Con el paso del tiempo, la gente la veía hablando sola, así que empezaron a rehuirla, e incluso empezaron a temer el bosque. Con cerca de cuarenta años, Clara salió del bosque persiguiendo a un joven que había ido a buscar una flor que sólo crecía en el corazón del bosque, para su amada. Clara le gritó que había destruido una casa de hadas y que las hadas lo matarían si no se alejaba del bosque para siempre. Como es normal, y nadie podía ver a las hadas, empezaron a temer a Clara, pensaban que estaba loca y que era peligrosa. Clara pasó los últimos años de su vida en soledad, y cuando murió, nadie la echó en falta, hasta que un niño de unos siete años les dijo a sus padres: He visto a la bruja de las hadas en sueños, me ha dicho que cuidemos el bosque por ella. Que algún día volverá con su ángel y vivirán en paz para siempre."

           Mientras recordaba la historia, Sofía no se había fijado en el camino, y ahora se sorprendió al ver que se hallaba frente a una cueva. La entrada a la cueva estaba cubierta por ramas de enredadera, que caían sobre la hendidura en la roca como una cortina que cubre una ventana. Pensó en las veces que se había adentrado en aquél bosque con sus amigos, intentando encontrar la cueva de Clara. Nunca habían encontrado ninguna cueva en aquél bosque, y ella pensaba que lo conocía como la palma de su mano. ¿Sería aquél el lugar que inspiró la leyenda de la bruja de las hadas? ¿Sería cierto que alguien había habitado en aquél lugar? Sofía ya se había olvidado del motivo que la había atraído hacia allí, y ahora su curiosidad palpitaba a toda prisa contra sus sienes, al ritmo de su desbocado corazón. Dos fuerzas tiraban de ella con la misma intensidad: Una la invitaba a avanzar, a descubrir qué secretos ocultaba aquél lugar; otra, más sensata, la animaba a darse la vuelta y alejarse de aquél lugar maldito, cuanto más rápido, mejor.
           Sin embargo, una tercera fuerza decidió por ella, cuando vio que una mano apartaba las ramas desde dentro. Una mano envuelta en un fantasmagórico halo azulado...