miércoles, 8 de marzo de 2017

Los Secretos de Eivi

Cuando era pequeño no paraba de fantasear con lo que haría si fuera mayor. Cuando empecé a hacerme mayor, fui olvidando los grandes planes que tenía reservados para ese momento. Los breves instantes en los que me dejaba llevar eran aquellos en los que era realmente feliz. Recuerdo cómo jugábamos a explorar la ciudad y sus alrededores, tratando de descubrir todos los mágicos lugares que escondían. Quizá, la mejor aventura que corrí fue aquella que empezó de casualidad, cuando mis amigos y yo encontramos aquél mapa arrugado en el suelo del colegio.

Tendríamos unos diez años y todo lo que sabíamos de aventuras provenía de los cuentos y de las películas. Nuestra imaginación sin techo empezaba a chocar con nuestra creciente conciencia de la realidad, y de vez en cuando alguno decía algo sensato. Pero aquella vez a todos se nos olvidó pensar con frialdad, y nuestra fantasía comenzó a hilvanarse con la realidad. Fue la olvidadiza y alocada Amber quien encontró aquél trozo de papel, arrugado, pisoteado y manchado. Olvidado y desechado por alguien que conocía su verdadero valor, para nosotros era un lingote reluciente lleno de esperanzas.

-          ¡Mirad chicos! He encontrado algo… creo que es un mapa. Aunque no sé de qué –tendríais que haberla visto, estaba tan contenta que parecía que sus padres por fin le habían comprado la bicicleta que tanto tiempo llevaba pidiendo-.
-          Igual es el mapa de un tesoro… -Esta vez fue Rose la que habló, aunque no sonó muy convencida-.
-          ¿De dinero, oro y eso? No creo, ya lo habrían descubierto, ¿no? –Riv era la voz de la razón. Era un chico grande y fuerte, pero sorprendentemente perspicaz. Quizá por aquél entonces fuera el más inteligente de nosotros, pero no se lo vayáis a decir o no cabrá por las puertas-.
-          Igual es algún escondite de cuando la guerra o algo. El otro día mis padres estaban diciendo que hay sitios donde todavía hay bombas enterradas, y zule…zula… ¿zulos? Aunque no sé qué es eso, pero por lo visto son como habitaciones secretas – La madre de Azul era historiadora, y su padre periodista, así que él siempre escuchaba cosas que eran aburridas e interesantes a la vez. Muchas veces no entendíamos de lo que hablaba porque usaba palabras raras-.

Entonces me acerqué a Amber y le quité la hoja, para observarla detenidamente, como si supiera lo que estaba haciendo. Tras analizarla lo mejor que supe mientras los demás intentaban arrebatármela, les comuniqué lo que había descubierto:

-          Parece que es un mapa de esta parte de la ciudad, pero hay calles distintas, que no existen. ¿creéis que podrán ser túneles subterráneos? –Desde pequeño siempre me habían fascinado las habitaciones secretas, los túneles y los pasadizos, así que no es de extrañar que intentara verlos en todas las partes- una vez leí en el periódico de la ciudad que hay al menos un par de túneles que pasan por debajo de nuestra ciudad desde la edad media.

Los demás me miraban como si estuviera loco, y no es de extrañar. Al fin y al cabo, aunque queríamos creer en los cuentos, jamás habíamos visto un pasadizo o una puerta oculta. Iba a ser casualidad que diéramos con un mapa que nos revelara los secretos mejor guardados de nuestra ciudad, ¿no? Pero es precisamente lo que nos parecía a todos, aunque no quisiéramos creerlo. Ya era casi la hora de irnos a casa y ni si quiera nos habíamos puesto de acuerdo sobre lo que habíamos encontrado. Decidimos que lo mejor sería seguir hablando el día siguiente, así que le devolví el mapa a Amber para que lo guardara. Al fin y al cabo, quién lo encuentra se lo queda.

Iba a ser una noche muy larga.

Cuando por fin sonó la campana para salir al recreo, parecía que nos perseguían unas vacas de lo rápido que salimos al patio. Aún estábamos jadeando cuando Amber empezó a decir:

-          Chicos, chicos, heestadopensandoqué…
-          ¡Amber! –exclamamos todos al unísono- Respira un poco y habla más despacio, o no te vamos a entender –añadió Guf-.
-          Vale, vale, perdón –Amber se puso ligeramente roja, siempre le pasaba cuando Guf le decía algo, aunque todavía no sabíamos por qué. Ja, dichosa inocencia-. Os decía que he estado pensando que lo que tenemos que hacer es seguir el mapa. En las pelis siempre hay algo marcado en los mapas, pero aquí –señaló todo el mapa con un gesto de la mano- no hay nada distinto, solo calles y más calles. Así que a lo mejor Eivi tenía razón ayer… y el secreto del mapa son los túneles. ¡Igual encontramos algo que nadie ha visto en cientos de años! –Ahí estaba otra vez, esa felicidad que apenas podía contener dentro de su diminuto cuerpo-.
-          ¿Y cómo vamos a seguir el mapa? –Pregunté, intrigado-
-          Pues veréis –dijo sacando cinco folios de papel de su carpeta y cogiendo el rotulador fosforescente- lo que tenemos que hacer es…




“Si queréis que la historia continúe para descubrir a dónde lleva el mapa misterioso o qué oscuros secretos guardan estos niños, tenéis que hacérmelo saber. Compartid el blog, comentad, o escribidme. Hacedme preguntas. Retadme.”

miércoles, 18 de enero de 2017

Turismo de Búsqueda

                Me he despertado sobresaltado y bañado en sudor. Me he incorporado sin darme cuenta, movido por algún tipo de resorte, como cuando estás a punto de coger el sueño y recuerdas que tienes que hacer algo de suma importancia. Pero no sé qué es lo que se supone que tengo que hacer y ni siquiera sé qué diablos me ha despertado. Así que me encuentro perdido y desvelado en mitad de la noche, envuelto por una quietud absoluta y suprema tan sólo rota por alguna extraviada racha de viento. Lo mejor que puedo hacer es prepararme un té calentito, a ver si envuelto en la manta en el sillón y dando sorbos de amargo desconcierto consigo descubrir qué es lo que se me escapa.

                Un ruido lejano, amortiguado por otros ruidos más cercanos me despierta. Son las diez de la mañana y me he quedado dormido en el sillón. La sociedad ya ha empezado a hacer sus quehaceres y yo por lo visto ni me terminé el té. Sí que me afligía la incertidumbre… Voy a dejar la taza en el fregadero y me daré una ducha para despejarme, hoy tengo un día ajetreado por delante.

                Llevo viajando por Europa casi tres meses en una furgoneta adaptada que compré a buen precio. Me acababan de despedir y tenía un dinero ahorrado, así que imaginé que era un buen momento para buscar respuestas a preguntas que todos nos hacemos, como cuál es mi lugar en el mundo o qué narices es lo que se supone que debo hacer con mi vida. Los últimos años han sido un constante recordatorio de que la humanidad está perdiendo el norte y siento que no hay nada que podamos hacer.
Yo he perdido gran parte del optimismo que me acompañaba y he dejado de preguntarme por qué no podemos los seres humanos construir un futuro de película. Concretamente de ciencia ficción. Porque si utilizáramos los recursos de que disponemos como especie, seguramente haría siglos que habríamos colonizado otros planetas. Seríamos una gran especie, menos nociva para todo lo que nos rodea y… bueno, no merece la pena pensar más en el tema. El caso es que decidí que, ya que no podía influir en la especie, buscaría encontrar la paz conmigo mismo.
Pero de momento eso tampoco ha dado resultado. Desde que era niño he leído historias de gente que se ha ido a Asia a buscar respuestas. A meditar, a conocer sus culturas ancestrales, pero de algún modo siento que aquello está demasiado prostituido, tanto que con mi suerte únicamente encontraría falsos gurús y volvería creyendo unas respuestas fabricadas a mi medida.
No, me gusta meditar pero voy a tomar una senda distinta y, quizá de esa manera, podré llegar a algún punto diferente. Así que me muevo por intuición, y voy a lugares con los que siento cierta afinidad o armonía. Medito allí, en bosques frondosos; en bulliciosas iglesias; en apartados lagos… incluso llegué a encontrar un fantástico lugar de meditación en un pub en pleno centro de Edimburgo.  

En este tiempo me he dado cuenta de que eso que se conoce como New Age ha calado fuerte y va a seguir haciéndolo. Gente haciendo yoga, meditando o investigando en temas que no hace tanto eran tabú u objeto de mofa (muchos todavía lo son, pero eso es un debate para otro día). Al final es un tema de espiritualidad, de creer que estamos aquí para o por algo, o de escepticismo y aceptar que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”. No deja de ser curioso ver paralelismos entre mundos tan dispares, pero, de nuevo, es un debate para otro día, porque hoy…
 voy a meditar en Stonehenge.


Si los demás turistas me hacen un hueco.