domingo, 31 de julio de 2011

Pequeño inciso

No sé cuantos lectores tengo. En parte por eso tampoco actualizo muy a menudo, ni hago muchas entradas.

Pero si me gustaría resaltar el hecho de que este blog ha pasado de ser un lugar en el que vierto mis ideas, fantasías o sueños, a ser un micro-espacio literario. La mayoría de las entradas son pequeñas historias, algunas sueltas, otras sutilmente ( o no tanto, la verdad) hilvanadas para formar un relato más grande.

Buscando una explicación a este hecho, la única que le encuentro es la siguiente: Hay en la literatura un mecanismo fantástico que tira constantemente de mí. Uno de mis sueños es llegar a escribir un libro. Pues bien, cómo todavía no encuentro esa motivación que necesito para escribir un buen libro, porque siento que me falta todavía alguna otra cosa por hacer antes de ponerme a escribir, cuando mi instinto literario me llama, me siento en el ordenador, abro el blog y escribo.

No sabría decir si escribo para mí, o si lo hago para vosotros, seáis quienes seáis, y me leáis ahora, o dentro de unos días, meses o años. Tampoco sabría decir si escribo porque me gusta, porque lo necesito, o porque me gusta que la gente diga que se me da bien.

Creo que lo hago porque me encantan las historias. Siempre me ha gustado fantasear y descubrir miles de historias en el mundo, relatos, cuentos, novelas, series, películas, juegos... y cómo sé que hay gente que necesita más historias, más personajes... esta es mi aportación. Es mi granito de arena al día a día de la lectura cotidiana.

Bueno, me he enrollado mucho y sé que nadie lo leerá, lo que hace que el esfuerzo sea, a su vez, absurdo, pero lo hecho hecho está, y lo dicho, dicho queda.

Un saludo a todos los lectores potenciales, y a los lectores en acto. Espero que disfrutéis leyendo estas pequeñas historias tanto, cómo disfruto yo escribiéndolas.

Tempus Fugit

- Así es, nuestros peores temores se han confirmado. Esta mañana han encontrado al Barón muerto en su cama. Las puertas y las ventanas estaban cerradas desde dentro y no había signos de violencia. Cuando llegué allí... -hizo una pausa, claramente afligido por lo que vio en aquel instante-. Cuando llegué allí, todavía estaba tumbado en la cama, nadie se había atrevido a tocar nada, por los pelos se aseguraron de que estaba muerto buscándole el pulso en el cuello. Nada, absolutamente nada podía haberme preparado para lo que vi después. Al destaparlo... -su voz se quebró, y necesitó unos minutos para continuar, resultaba obvio que había sido una experiencia muy desagradable-. Al destaparlo, las dos enfremeras se desmayaron, el médico tuvo arcadas y yo tuve que ir al baño a vomitar. Toda la cama estaba cubierta de sangre y lo único que el pobre Barón tenía en buen estado, era la cabeza y el cuello, todo lo demás estaba destrozado, era irreconocible. Quien quiera que lo hiciera quería darnos un aviso, y por eso dejó que lo reconociéramos. Nos están cazando, implacables. Van tres, quedamos siete.

- Pero no puede ser, ¡No hemos hecho nada! Ni siquiera somos una amenaza para nadie... -Dijo el hombre que estaba apoyado en la estantería, al lado de la puerta-.

- Eso es irrelevante, John. Lo que hayamos hecho o dejado de hacer no les importa, y ellos ven el conocimiento y la verdad como una amenaza. Para ellos, la Verdad es más peligrosa que tener una espada contra su cuello y una daga en su espalda. Su política se basa en la ignorancia y el miedo, y cuando pierdan una de las dos cosas, su castillo de naipes se desmoronará. No pueden dejar que nadie que cuestione su autoridad, sus métodos o sus palabras queden impunes...

El silencio volvió a reinar en la sala. Sólo se oían las respiraciones de las seis personas que había en la habitación, inconstantes, nerviosas. La joven seguía inquieta, cómo si quisiera decir algo que le aterraba tanto, que la mera idea de pensarlo la estuviera despellejando viva. Luchaba contra si misma por serenarse, por encontrar un camino en su mente que le permitiera plasmar su idea con unas palabras que fueran lo suficientemente inofensivas cómo para no asustar a los demás, pero a su vez firmes, para que la tomaran en serio. Por su parte, el muchacho que acababa de llegar se había vuelto a sentar, envuelto en su misterio habitual. Con él siempre era todo igual. Nadie sabía en qué pensaba, pero todos podían sentir una gran presión en el aire cuando estaban cerca de él. Era como sí tuviera un gran poder, uno tan grande, que cualquier persona normal podía sentir, porque era incapaz de suprimirlo del todo. Mientras la joven divagaba sobre su aterradora idea, el muchacho se levantó, una vez más, y comenzó a hablar.

-Lo único bueno de todo esto, es que, por una parte, ya podemos hacernos una idea de quién es nuestro enemigo, y por tanto podemos comenzar a tomar medidas. Por otra parte, he recuperado el cuarzo -en ese momento sacó del bolsillo de su pantalón vaquero un cuarzo de aproximadamente medio puño de tamaño, un cuarzo normal y corriente de no ser porque, en su interior había una especie de polvo amarillento formando un símbolo, una runa-. Este cuarzo tiene las respuestas que necesitamos, pero todavía no estamos listos para comprenderlo, así que tenemos que decidir que vamos a hacer con él, quién lo guardará, quién lo investigará y quién lo protegerá. También tenemos que decidir quién va a hacerse cargo del puesto libre que nos queda ahora con la ausencia del Barón...

sábado, 30 de julio de 2011

Darkness Within

La joven muchacha paseaba con cierto nerviosismo entre los muebles del salón, cosa que no sería curiosa de no ser porque el salón apenas tenía espacio para pasear. Las altas estanterías lo flanqueaban como las murallas de un castillo medieval, y en el centro de la sala había una imponente mesa circular de roble con doce sillas esparcidas alrededor. La pared que daba al exterior albergaba un inmenso ventanal, ahora tapado por unas cortinas rosadas un tanto repipis para mantener la penumbra. Lo cierto es que entrar en aquella habitación era casi como tele-transportarse a una biblioteca. El único electrodoméstico que había allí era una minicadena, que ahora estaba haciendo sonar música clásica por los altavoces. Aquél ambiente era tan tenso, que cualquier sonido provocaba incómodas miradas.

Las noticias que todos ellos habían recibido no podían ser ciertas. Algo así no pasaba de la noche a la mañana, no podía cogerles por sorpresa, no a ellos. Era sencillamente imposible, que todo su esfuerzo durante los últimos meses hubiera sido en vano, y que su red de información estuviera tan hueca y desprovista de anclajes reales. Tanto tiempo previendo la situación, anticipando los problemas, trabajando en las sombras... ¿Para qué? Todos en aquella sala se sentían vacíos, desprovistos en un instante de aquel sentimiento ardiente que les había acompañado durante las últimas semanas de sus vidas. No podían hacer otra cosa que esperar más noticias, noticias reales, contrastadas y fidedignas, que arrojaran nueva luz sobre el asunto.

Entonces, la puerta se abrió de repente y cómo una exhalación, un joven con vaqueros desgastados y una camiseta azul marino entró, resoplando. En cuanto recobró el aliento, se acercó a las cortinas, las entreabrió, echó una ojeada y, sin más, se acercó a una silla y se dejó caer en ella, derrotado. Con los antebrazos descansando sobre los muslos, y la cabeza entre las manos, el recién llegado mantenía toda la atención de las cinco personas que había en aquél salón. La joven inquieta, se acercó a él, y puso su mano izquierda en el hombro derecho del muchacho, intentando reconfortarle. Notó cómo el cuerpo del muchacho se tensaba, incómodo ante el contacto de aquella cálida mano en un día tan frío, tan funesto cómo aquél. El muchacho se irguió, apoyó las manos en la mesa y comenzó a narrar su historia...