Se sentía cansado y sus párpados no paraban de presionarle para que se
rindiera. Pero todavía era pronto, aun le quedaban muchas cosas por hacer.
Quizá debiera… pero no, no podía. Ya descansaría más tarde. Sí, dormiría
entonces y repondría fuerzas para otro día agotador. Genial, tantos años sin
ajetreo por fin se cobraban la temida venganza. Pero no tenía más tiempo que
perder divagando, claro.
Hizo un titánico
esfuerzo para abandonar la silla y ponerse en pie. Tras ese primer impulso
parecía que su cuerpo era más liviano, o al menos se sentía con más energía. Se
encaminó hacia la estantería y extrajo un pesado tomo, el único sin polvo en
aquél polvoriento estante. Diantres, había tanto polvo que el mero hecho de
sacar aquél volumen había creado una nube que se acercaba peligrosamente a su
nariz. Maldición, ya notaba aquél dichoso cosquilleo que… estornudó
estentóreamente y se alegró de estar solo. Luego, por su puesto, se acordó de
que no lo estaba. O ella se lo recordó. Como fuera.
-
Madre del amor… Salud. ¿Ya has decidido qué
nombre le vas a poner? porque digo yo que después de tanto trabajo para traerlo
al mundo… -la joven sentada a su espalda sonrió con malicia. Era atractiva,
aunque casi todo su encanto radicaba en su avispado ingenio. Su preciosa sonrisa
era como una radiante armadura que la protegía del mal humor de los demás.
-
Pues… esto… No tenía pensado nada. ¿Tienes
alguna sugerencia? Aunque sólo sea por proximidad te toca ser la madrina de la
criatura –No se recompuso mal, dadas las circunstancias. Con ella todo
funcionaba así. Por encima de su belleza, o de sus encantadores ojos, que
convencían a la mayoría, ella necesitaba un reto intelectual. Algo así como
fuego para su pasión dialéctica. Por supuesto, ella no tuvo que pensar
demasiado. Tenía la respuesta preparada. Maldito fuera su ingenio.
-
Sí, me recuerda mucho a un desagradable profesor
que… -Arrancó en el acto, pero él la interrumpió:
-
¿y quién ha dicho que haya sido un “él”?
–entrecerró los ojos, desafiante. Ella sonrió.
-
Touché. Odio cuando haces eso –Mintió, claro. Le
encantaba.
-
No, no lo odias. Esto, por otra parte… -dejó que
el silencio se extendiera como una fina capa de hielo, atenazándola,
advirtiéndola.- Ahora que tú y tu afilada lengua estáis despiertas, quizá
podríais ayudarme a investigar, digo yo.
Haciendo una mueca y sin decir palabra, la
muchacha se encaminó hacia la estantería, contoneándose todo lo que pudo. Se
plantó junto a él, y se estiró para alcanzar un grueso volumen que tenía
detrás. No lo rozó por milímetros, por supuesto.
Tragando saliva, él sonrió: “Entendido, la lengua
no es lo único afilado que tienes. Los dos lo sabemos. Sí, me pones nervioso.
Sí, si quisieras seguramente me arrojaría a tus pies. No, todavía tengo
dignidad. No, no soy un baboso. ¿Podemos centrarnos ya?” Ella le devolvió la sonrisa y le dio un beso
en la mejilla: “Perdón”.