Escondido entre
los arbustos, magullado y exhausto, sabía que todavía lo seguían. No estaba muy
seguro de quienes eran, y desde luego, no sabía lo que querían de él, pero
también tenía claro que no estaban interesados en hablar. Lo habían asaltado en
el camino de vuelta a casa, le habían bloqueado el paso y lo habían agredido. Apenas había
encajado un par de puñetazos, pero hasta donde él sabía, un ser humano no
podría tener aquella fuerza. Si él hubiera sido una persona normal, sus huesos
estarían destrozados, astillados por la fuerza de aquellos misteriosos puños.
Tantos años de
entrenamiento, tanto sufrimiento en las sombras, habían dado sus frutos, de eso
estaba convencido. Desde que tenía uso de razón, su tío y su padre, que en paz
descansen, le enseñaron a estar preparado. Todos los días, después de trabajar
hasta quedar extenuados, se reunían para practicar. Corrían, y hacían varios
ejercicios para habituar los músculos a trabajar bajo presión. Aprendían a
moverse, a combatir, y cada día lo hacían mejor. No era sólo la técnica, no era
sólo la fuerza, no, aprendieron a sacar fuerzas en los momentos de flaqueza y
eso, era algo muy útil en estos tiempos. Casi había olvidado el motivo por el
que empezaron sus entrenamientos, cuando apenas tenía siete años. Casi.
Se concentró
brevemente, inspiró profundamente, y exhaló el aire despacio, sin hacer ruido.
Podía sentirlos. No estaban demasiado cerca, pero tampoco se hallaban demasiado
lejos, así que no tendría tiempo para descansar, no ahora. Por supuesto, si
supiera su número exacto, podría enfrentarse a ellos, pero no estaba seguro de
si podría hacer frente a más de tres de ellos con su fuerza. En condiciones
normales, con un poco más de tiempo, podría concentrarse y percibir cuantos
eran, pero su habilidad no estaba tan desarrollada, y no tenía el tiempo
necesario. Se levantó y, se dirigió, lo más rápido que pudo moverse haciendo el
mejor ruido posible, hacia un lago cercano, tristemente conocido por una
leyenda local.