"Introspección, calimero, inmarcesible,
unicornio, punto G, schnitzel, hipoglúcido, promiscuo, melodía, japonesas y
salamandra."
Lorenzo castigaba con sus rayos aquella pequeña localidad
ubicada en algún punto entre las montañas. Aquél pueblo era lugar habitual de
retiros de yoga en particular y de amantes de la naturaleza en general. Emplazado
en un entorno privilegiado y rodeado por bosques imposibles de imaginar para la
gente de ciudad, parecía un recuerdo imborrable de un pasado ya olvidado. Las
altas cumbres que se vislumbraban en derredor se hallaban cubiertas de nieve
hasta bien entrado el verano, lo que desde luego era una muestra más de su
pintoresco encanto. Gracias a esas nieves tardías los ríos de la zona se
mantenían caudalosos y todo estaba lleno de vida.
Los jóvenes
habían decidido dedicar un fin de semana a alejarse del mundanal ruido de la
ciudad y a buscar la inspiración adentrándose en la naturaleza, así que aquél
destino les había cautivado de inmediato.
-
Creo que ya estamos llegando –dijo Elena, sin
sonar del todo convincente-. Espero que no haya demasiada gente, al fin y al
cabo es un lugar bastante turístico…
-
Tranquila, cuando llamé hace un par de semanas
me dijeron que tenían casi todas las habitaciones libres en el hostal. Mira –le
dijo Miguel señalando un apeadero que había junto a la carretera- podemos parar
ahí y asegurarnos con el gps del móvil de que estamos yendo en la dirección
adecuada.
-
¿Estás insinuando que no sé por dónde tengo que
ir? –la joven puso cara de pocos amigos pero enseguida suavizó su rostro-. No,
estoy casi convencida de que aquél pueblo pequeño que se ve al fondo del valle
es nuestro destino.
Ambos guardaron silencio mientras una melodía pegadiza sonaba en el mp4 que
tenían conectado al coche. Apenas diez
minutos más tarde Elena había detenido el vehículo a la entrada del pueblo. No
estaban hoscos, pero aunque sabían que su amor era inmarcesible tenían sus momentos de fría introspección. Normalmente eran las pequeñas discusiones o las púas
que se soltaban de vez en cuando las que avinagraban su relación, aunque ya
habían aprendido a respetar sus espacios personales. No había sido un acuerdo
tácito, pero su mutua confianza les permitía no temer un distanciamiento.
Además, aquellos momentos tampoco duraban demasiado.
-¡Ah! –exclamó Miguel- Qué susto me ha dado esa lagartija.
-Oh, Dios mío –dijo Elena poniendo los ojos en blanco-.
Menos mal que no soy la típica princesita de cuento de hadas con un unicornio por montura y unos duendes
por amigos…
-No, tú a veces pareces una de esas japonesas de las películas de miedo –contestó
Miguel sacándole la lengua mientras recibía un puñetazo de Elena en el hombro-.
-Además –añadió Elena sin darle mucha importancia-
no era una lagartija, sino una salamandra.
-… whatever –dijo Miguel, que fue quién puso los
ojos en blanco en esta ocasión-. Venga, vamos al hostal que tengo unas ganas
locas de darme una ducha y sacarme el polvo del camino.
Elena le sonrió con unos ojos que brillaban llenos
de picardía, pero no añadió nada más.
Una vez en el
hostal dejaron las cosas con avidez y se encaminaron a la ducha. Se llevaron un
pequeño chasco ya que el plato de la ducha era demasiado pequeño y la mampara
no les dejaba muchas opciones: era anatómicamente imposible que cupieran los
dos ahí dentro, así que no pudieron compartir un momento de fugaz intimidad.
Miguel, visiblemente abatido, se dirigió a la sala
principal y encendió la tele mientras Elena se duchaba. Le sorprendió ver que
en el canal autonómico estaban reponiendo calimero
y de repente le embargaron recuerdos de otro tiempo, cuando se acurrucaba en el
sofá de sus abuelos y seguía las aventuras de aquél desdichado polluelo. Cambió
de canal y esta vez se encontró frente a la eterna serie de la familia
amarilla. Inquieto, se levantó y empezó a deshacer la mochila para hacer tiempo
mientras la ducha quedaba libre. Craso error, puesto que terminó golpeando el
armario con el punto G del dolor
unisex: el dedo pequeño del pie. Se derrumbó sobre la cama conteniendo una
maldición y esperó.
Una vez la joven pareja se hubo acicalado, bajaron
al restaurante. Mientras se acercaban, oían retazos de una acalorada y
unilateral discusión:
-… tratarme así. No, lo que eres es un hij- la
delicada posadera se interrumpió visiblemente avergonzada al ver que los
jóvenes entraban en el comedor- un hipoglúcido.
Y no quiero que vuelvas a llamarme. Nunca. ¿Te enteras? Estoy harta de tus
historias de taberna medieval –la menuda mujer calló, escuchando algo al otro
lado del teléfono-. Si quisiera estar con un promiscuo, me aseguraría de que por lo menos fuera guapo o sirviera
para algo más que rascarse los huevos. Vete a la mierda, joder. ¡QUE ME
OLVIDES! – estampó el teléfono, que se reveló con un crujido de protesta, en su
soporte-. Lo siento, no pensaba que fuerais a bajar todavía.
- No te preocupes, es mejor dejarles las cosas
claras a tiempo –contestó Elena-.
-Si quieres volvemos en un rato, podemos ir a dar
una vuelta por el pueblo para hacer hora –añadió Miguel, lanzando una mirada a
su compañera-.
-No digáis tonterías, un gilipollas así no va a
hacer que desatienda mi trabajo, ¡faltaría más! Sentaos donde queráis y
enseguida os llevo la carta. Aunque casi todo el mundo termina pidiendo el
plato estrella de nuestra cocinera austriaca, Helga: Wiener Schnitzel.
2 comentarios:
¡¡¡El punto G del dolor unisex!!! Bien jugado jaja.
Como siempre, me encanta tu historia, y esa parte que he puesto antes las que más. Puñetero dedo pequeño del pie, sólo sirve para darte golpes jaja.
Me alegro de que te guste jaja. Sí, ya sabes que me gusta ser un poco original y darle vueltas a las cosas para, en la medida de lo posible, ser impredecible ^_^.
¡Un besico!
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