El corazón de Alicia seguía
bombeando sangre a un ritmo frenético. Sus ojos se movían de sombra en sombra,
de árbol en árbol. Sus sentidos estaban estirándose más que nunca, y aterrada
como estaba era capaz de ver, oír e incluso oler cosas que jamás habría
imaginado. Se había caído por lo menos cuatro veces, ¿o habían sido más?, no
importa, no era capaz de recordarlo. Lo único que importaba era seguir
corriendo, salir de allí lo más rápido posible. No era capaz de decir cuánto
tiempo llevaba corriendo, pero sentía como si siguiera en el corazón del Bosque
de las Ánimas. Se estremecía sólo de pensar en aquella visión de otro mundo, al
rememorar aquél sonido aterrador que le había helado la sangre. Estaba perdida
pero era incapaz de detenerse, todavía escuchaba el suave sonido que emitían
sus perseguidoras. Con lágrimas resbalándole por las mejillas, recordaba cómo
había empezado su pesadilla.
Cuándo había iniciado su reto,
Alicia era toda confianza. Con un puntito de arrogancia incluso. Nada la alteraba,
y parecía como si su centro del miedo estuviera desconectado, peor incluso,
como si toda su capacidad de sentir alguna emoción hubiera muerto en aquél
trágico accidente. Dedicó a sus amigos una mirada desdeñosa desde la entrada
del bosque, casi como si le dieran pena, y les dio la espalda. Parecía haber
pasado toda una vida desde aquél momento. Anduvo durante más de media hora siguiendo
aquella senda, flanqueada por altas hayas que la vigilaban desde lo alto,
silenciosas, como jueces imparciales en aquella jugarreta del destino.
Cuando Alicia empezó a jadear a
causa del esfuerzo que le estaba costando subir aquella pendiente, se dio
cuenta que escuchaba otro sonido entre la cadencia de su respiración. Al
principio no le dio importancia porque no supo qué era, pero cuándo lo
descubrió, un escalofrío recorrió su columna como un rayo: Era el llanto de un
bebé, amortiguado por la voz de un grupo de personas que parecía estar
salmodiando. Unos extraños destellos se filtraban entre la frondosa capa de
árboles, y aunque Ali estaba aterrada y sabía que tenía que darse la vuelta y
huir de allí lo más rápido posible, una fuerza ajena, primordial, tiró de ella
hacia el origen de aquél sonido, a través del hayedo. Durante unos minutos que
se le hicieron eternos, no escuchaba otra cosa que aquél llanto, que cada vez
oía con mayor nitidez. Cuando los árboles empezaron a estar algo más dispersos,
Alicia, por instinto, se agachó y empezó a acercarse con más cuidado, muy
despacio y tratando de hacer el menor ruido posible. Finalmente, cuando rebasó
la última línea de hayas, la imagen que tuvo frente a los ojos le impactó con
tanta fuerza que casi se sintió de nuevo
en el coche con su prometido. De hecho, hubiera jurado que sentía la mano de Fran
apretando con fuerza su mano izquierda. Lloró.
Las lágrimas no la dejaban ver
con claridad, pero frente a ella había una alta hoguera de fuego con tonos
verdes y azules, rodeada por un grupo de mujeres envueltas en túnicas que las
cubrían casi por completo. Tan sólo algunos mechones de pelo escapaban de las
capuchas oscuras que ocultaban sus rostros, que parecían absorber toda la luz
del ambiente. Esas personas estaban cantando algo en un idioma que Alicia no
entendía, pero no tuvo tiempo para tratar de entenderlas, porque lo que vio a
continuación hizo que cayera sobre sus rodillas y vomitara lo poco que había
cenado. Aquello era una llamada de su instinto, que le avisaba que algo no iba
bien. Pero Alicia era demasiado racional cómo para escuchar a su instinto,
tenía que comprender, aunque algo en lo más profundo de su alma le gritara que
cuando tuviera las respuestas que buscaba, sería demasiado tarde.
Una mano helada la envolvió por
completo cuando vio al niño que había oído llorar durante los últimos minutos.
Estaba tumbado en una especie de altar, adornado con figuras y símbolos que no
reconocía. Creyó ver dos calaveras, una humana y una de cabra, pero no estaba
segura, pues el niño acaparaba su atención, desnudo como estaba en aquella
noche helada. El niño, y la mujer de la túnica oscura que se acercaba a él, con
un brillo extraño entre las manos que captó la mirada de Alicia de inmediato.
El objeto, que parecía ser metálico, brillaba reflejando las llamas tétricas
que nacían en la hoguera, pero cuándo la mujer lo alzó con ambas manos por
encima de su blanquecino rostro, el cerebro de Ali reaccionó: conocía a aquella
mujer. Era la directora del instituto en el que había estudiado de niña, ¿qué
diablos hacía con aquella gente, en aquél lugar, la noche de los muertos en el
Bosque de las Ánimas? ¿Y por qué demonios tenían a aquél niño desnudo en un
extraño altar frente al fuego mientras canturreaban? ¿Y qué narices era aquél
obje... Descubrió las respuestas en un súbito momento de lucidez, y lo
siguiente que se escuchó en aquél bosque fue un grito desgarrador que rompió el
silencio e hizo que los muertos se revolvieran en sus tumbas.