martes, 15 de julio de 2014

Instinto

           El corazón de Alicia seguía bombeando sangre a un ritmo frenético. Sus ojos se movían de sombra en sombra, de árbol en árbol. Sus sentidos estaban estirándose más que nunca, y aterrada como estaba era capaz de ver, oír e incluso oler cosas que jamás habría imaginado. Se había caído por lo menos cuatro veces, ¿o habían sido más?, no importa, no era capaz de recordarlo. Lo único que importaba era seguir corriendo, salir de allí lo más rápido posible. No era capaz de decir cuánto tiempo llevaba corriendo, pero sentía como si siguiera en el corazón del Bosque de las Ánimas. Se estremecía sólo de pensar en aquella visión de otro mundo, al rememorar aquél sonido aterrador que le había helado la sangre. Estaba perdida pero era incapaz de detenerse, todavía escuchaba el suave sonido que emitían sus perseguidoras. Con lágrimas resbalándole por las mejillas, recordaba cómo había empezado su pesadilla.
          Cuándo había iniciado su reto, Alicia era toda confianza. Con un puntito de arrogancia incluso. Nada la alteraba, y parecía como si su centro del miedo estuviera desconectado, peor incluso, como si toda su capacidad de sentir alguna emoción hubiera muerto en aquél trágico accidente. Dedicó a sus amigos una mirada desdeñosa desde la entrada del bosque, casi como si le dieran pena, y les dio la espalda. Parecía haber pasado toda una vida desde aquél momento.  Anduvo durante más de media hora siguiendo aquella senda, flanqueada por altas hayas que la vigilaban desde lo alto, silenciosas, como jueces imparciales en aquella jugarreta del destino.
         Cuando Alicia empezó a jadear a causa del esfuerzo que le estaba costando subir aquella pendiente, se dio cuenta que escuchaba otro sonido entre la cadencia de su respiración. Al principio no le dio importancia porque no supo qué era, pero cuándo lo descubrió, un escalofrío recorrió su columna como un rayo: Era el llanto de un bebé, amortiguado por la voz de un grupo de personas que parecía estar salmodiando. Unos extraños destellos se filtraban entre la frondosa capa de árboles, y aunque Ali estaba aterrada y sabía que tenía que darse la vuelta y huir de allí lo más rápido posible, una fuerza ajena, primordial, tiró de ella hacia el origen de aquél sonido, a través del hayedo. Durante unos minutos que se le hicieron eternos, no escuchaba otra cosa que aquél llanto, que cada vez oía con mayor nitidez. Cuando los árboles empezaron a estar algo más dispersos, Alicia, por instinto, se agachó y empezó a acercarse con más cuidado, muy despacio y tratando de hacer el menor ruido posible. Finalmente, cuando rebasó la última línea de hayas, la imagen que tuvo frente a los ojos le impactó con tanta fuerza que  casi se sintió de nuevo en el coche con su prometido. De hecho, hubiera jurado que sentía la mano de Fran apretando con fuerza su mano izquierda. Lloró.
       Las lágrimas no la dejaban ver con claridad, pero frente a ella había una alta hoguera de fuego con tonos verdes y azules, rodeada por un grupo de mujeres envueltas en túnicas que las cubrían casi por completo. Tan sólo algunos mechones de pelo escapaban de las capuchas oscuras que ocultaban sus rostros, que parecían absorber toda la luz del ambiente. Esas personas estaban cantando algo en un idioma que Alicia no entendía, pero no tuvo tiempo para tratar de entenderlas, porque lo que vio a continuación hizo que cayera sobre sus rodillas y vomitara lo poco que había cenado. Aquello era una llamada de su instinto, que le avisaba que algo no iba bien. Pero Alicia era demasiado racional cómo para escuchar a su instinto, tenía que comprender, aunque algo en lo más profundo de su alma le gritara que cuando tuviera las respuestas que buscaba, sería demasiado tarde.
         Una mano helada la envolvió por completo cuando vio al niño que había oído llorar durante los últimos minutos. Estaba tumbado en una especie de altar, adornado con figuras y símbolos que no reconocía. Creyó ver dos calaveras, una humana y una de cabra, pero no estaba segura, pues el niño acaparaba su atención, desnudo como estaba en aquella noche helada. El niño, y la mujer de la túnica oscura que se acercaba a él, con un brillo extraño entre las manos que captó la mirada de Alicia de inmediato. El objeto, que parecía ser metálico, brillaba reflejando las llamas tétricas que nacían en la hoguera, pero cuándo la mujer lo alzó con ambas manos por encima de su blanquecino rostro, el cerebro de Ali reaccionó: conocía a aquella mujer. Era la directora del instituto en el que había estudiado de niña, ¿qué diablos hacía con aquella gente, en aquél lugar, la noche de los muertos en el Bosque de las Ánimas? ¿Y por qué demonios tenían a aquél niño desnudo en un extraño altar frente al fuego mientras canturreaban? ¿Y qué narices era aquél obje... Descubrió las respuestas en un súbito momento de lucidez, y lo siguiente que se escuchó en aquél bosque fue un grito desgarrador que rompió el silencio e hizo que los muertos se revolvieran en sus tumbas.