lunes, 10 de marzo de 2014

Palabras Que Forman Historias Tres: Marsupial, Bucólico, Ceniza, Gonorrea, Paleontólogo e Indiferente.

              Juan paseaba intranquilo por las bulliciosas calles de la ciudad, dejando que un pie arrastrara al otro por aquél enrevesado entramado de asfalto y hormigón, perdiendo cuidado de los mundanos sonidos que ocupaban sus oídos a cada instante. Indiferente ante todo lo que le rodeaba, seguía dándole vueltas a sus propios pensamientos, sumido en un silencio que parecía engullirlo todo.
                Esa misma mañana había recibido una llamada telefónica de un amigo que hacía años que no veía. Paleontólogo de profesión, Miguel fue un joven y soñador muchacho que Juan conoció en un congreso de biodiversidad en Sevilla, hacía ya más de diez años. Sus ineludibles caminos los habían llevado a sentarse juntos en la tercera fila de la ponencia de la Doctora Isabelle Crougbourt, una joven y encantadora bióloga checa de madre francesa y padre alemán de ascendencia escocesa, con la que Juan había tenido una aventura durante su año de Erasmus en Edimburgo. La historia, aunque fue bonita, no terminó demasiado bien, debido a un contagio de gonorrea. Mientras Juan rememoraba con sombría ensoñación el cuerpo desnudo de Isabelle, Miguel le contaba que esperaba hacer algún día un descubrimiento que sacudiera los cimientos de la biología moderna.
                Juan no podía haberle hecho menos caso, y sin embargo, aquella llamada de algún modo había reactivado su memoria a largo plazo, rescatando de las brumas del olvido aquella conversación. Miguel había descubierto un fósil de alguna especie desconocida de marsupial en un yacimiento en las afueras de Praga. Era una noticia inquietante porque hasta la fecha, no se tenía constancia de ninguna especie marsupial que hubiera residido en Europa. Como biólogo, Juan no podía desoír aquella llamada, aunque no le hiciera especial ilusión volar a Praga.
              
                 Dos días después, su avión aterrizaba sin contratiempos en el Aeropuerto Václav Havel de Praga. No le sorprendió en absoluto encontrar a Isabelle Crougbourt junto a Miguel, esperando su llegada a la capital checa. Sabía que se habían casado hacía cinco años, poco después de que Miguel fuera a la "Univerzita Karlova" a intentar terminar su doctorado. Recordaba a aquél crío de apenas veinte años que había conocido en Sevilla, y cómo se había dejado enredar por la fuerza que Isabelle transmitía en sus discursos. Había estado enamorado de ella desde entonces, pero esa, es otra historia.
                Juan estaba cansado del vuelo, habían sido casi tres horas de viaje, pero él se sentía totalmente agotado, así que convenció al feliz matrimonio para que lo llevaran a una cafetería a reponer energía. Cuando se adentraron en la cafetería preferida de Isabelle, un extraño lienzo de aire bucólico llamó la atención de Juan. Era una pintura sencilla, un hombre se resguardaba a la sombra de un árbol, mientras una mujer llegaba con una cesta con algo de fruta. Le recordaba a las veces que de niño había ayudado a su abuelo en el campo, y cómo su abuela salía a media tarde cuando ellos buscaban la sombra como una persona sedienta busca el agua, y les llevaba algo de fruta fresca para comer.
                Le sorprendió ver que casi todo el mundo fumaba en aquél local, en el que estuvieron charlando de cosas intrascendentes casi dos horas. Las risas se llevaron la tensión, y la ansiedad que había anidado en el corazón de Juan al estar junto a Isabelle sin poder hacerla suya parecía que por fin había alzado el vuelo y se había perdido en el horizonte.

                O eso pensaba él, porque cuando Miguel se excusó para ir al servicio, Isabelle consiguió que un gesto tan simple como sacudir la ceniza del cigarrillo que estaba fumando resultara tan sumamente sensual que Juan sintió como todo su mundo se venía lentamente abajo. Alzó la vista y se perdió para siempre en aquél azul celeste con destellos dorados que resplandecía con más fuerza que cualquier amanecer...