domingo, 14 de agosto de 2011

Morgana's Dream (Part Two)

“Elena abrió los ojos, despacio, pues todavía se sentía mareada y aturdida. Se apartó como pudo su cabello de los ojos enrojecidos e intentó vislumbrar dónde se encontraba. No había mucha luz, y para colmo, su cabeza estaba embotada y la última imagen que recordaba era la de la puerta de su casa, cerrándose desde la calle. Todo estaba oscuro y no podía apreciar nada con claridad, de manera que intentó incorporarse apoyándose sobre su mano derecha, gesto que le provocó un agudo dolor en el hombro, que casi la hizo gritar, de manera que se volvió a dejar caer allí dónde estaba. Parecía que se encontraba en un lecho de paja, no demasiado cómodo, pero sí lo suficientemente mullido cómo para que el frío del suelo no pasara a su cuerpo.

Ahora que sus ojos se habían habituado un poco a la oscuridad, pudo advertir diversas siluetas, y sumándole que su riego sanguíneo empezaba a llegar de nuevo a su cabeza, empezó a reconstruir sus últimas horas de vida, a modo de flash. Recordaba haber salido del pueblo, y haber sido alcanzada por una flecha, así cómo haberse curado la herida… pero ahí acababa todo, se desmalló en el camino. Por lo que podía observar, se hallaba en una especie de cueva, decorada –por decir algo- de una manera un tanto austera. Estaba esa “cama” en la que se encontraba tumbada, y creía adivinar la silueta de una mesa y unas sillas contra la pared más alejada de la sala, así cómo lo que parecía ser unos estantes, con libros, supuso. Al lado de su lecho había otra silla, que ahora sí podía apreciar con claridad, en la que había toda una serie de útiles de primeros auxilios, desde vendajes y ungüentos hasta hierbas y cuchillos. Lo que la dejó sin habla fue lo que halló a continuación, apenas a unos palmos de dónde reposaba su cabeza, una silueta que no había percibido hasta, quizás, demasiado tarde: había un hombre de pie, a su lado.

Elena retrocedió aterrada, y se golpeó el hombro herido y la cabeza contra una pared de pura roca, soltando un grito ahogado, y volviendo a marearse en el proceso. El hombre, asustado de igual modo, dio dos pasos temerosos hacia atrás, cauto.

- No temas muchacha, no tengo la menor intención de lastimarte –dijo el hombre de la manera más dulce que pudo, lo que era difícil, debido a su voz grave y a que, al no disponer de compañía habitual, apenas hablaba, por lo que su voz sonó un tanto gutural-. Además, sería absurdo molestarme en curar tus heridas para, a continuación, esperar a que despertaras y terminar atacándote, ¿No crees?

Elena no podía hablar, sus palabras no salían, en parte por el reciente shock, en parte por el reseco de su garganta, de lo que pareció percatarse el hombre al verle mover los labios sin emitir sonido alguno, pues se encaminó hacia la mesa, cogió algo que sonó a metálico y se acercó de nuevo a ella. Vertió un poco de agua de la jarra de peltre en una taza de arcilla, y se la ofreció a Elena.

- Bebe despacio, o te atragantarás. Así podrás decirme cómo es que estás tan lejos de la aldea, y con semejante herida.

Ella obedeció, y bebió poco a poco, al principio al menos. Tras tres o cuatro tragos, en los que apenas ingirió agua, vació de golpe todo el contenido de la taza en su garganta… atragantándose. Eso provocó un ataque de risa en el hombre, que no podía parar de reír mientras daba unos golpecitos suaves en la espalda de la joven.

- Te advertí –Dijo el hombre, divertido-. Por cierto, no me he presentado, mi nombre es Daniel, aunque ese nombre apenas lo oigo. Lo más bonito que me dice la gente con la que me encuentro en este bosque de vez en cuando, es jabalí. Es tu turno muchacha, cuéntame tu historia, por favor.

- Sí… os contaré lo que recuerdo, pues todavía me siento un poco abrumada. Mi nombre es Elena, vivo en el poblado de Trasmoz. Y hoy, estaba en el camino porque, bueno… la verdad es que me pareció escuchar un ruido, y salí a… a ver si los caballos seguían en el establo… eso es –mintió Elena, de forma un tanto desastrosa-. Entonces, mientras estaba en el camino, un fuerte viento sopló, y antes de darme cuenta, los arqueros de la torre me atacaron, hiriéndome en el hombro. Lo último que recuerdo es haberme acercado al río, a por agua para lavar mi herida, poco después, me desmayé.

- Ya, así que… a mirar si los caballos seguían en el establo, ¿eh? Mira much… Elena, no soy quién para juzgarte, pero tendré que hacerlo si sigues mintiéndome –dijo Daniel, inquisitivo, tras lo que añadió:-. A ti se te da mal mentir, y a mí, se me da bien descubrir a los mentirosos.

- Tenéis razón, Daniel, lo lamento muchísimo –se arrepintió Elena, mientras se ruborizaba-. La verdad es que tengo un poco de miedo. No sé si sabéis qué día es hoy, o las raíces de estas tierras –sintiendo en lo más profundo de su ser que podía confiar en Daniel, prosiguió-, pero yo soy una druida celta, y salí de la aldea para celebrar Samhain con mis compañeros de los poblados de los alrededores. Supongo que sabréis que la pena para nosotros es la hoguera, si nos descubren…

- Así que eres celta, y una druida, además. Sorprendente, realmente sorprendente –afirmó Daniel, distraído-.

- Pues perdonad que os contradiga, pero no parecéis sorprendido…

- Oh, te aseguro que lo estoy, pequeña, profundamente sorprendido. Es solo que… era de esperar. Han pasado muchos años desde que dejaron de perseguirme, tarde o temprano tenían que volver.

- ¿Volver? ¿Quiénes? ¿Quién sois en reali…

- ¡Silencio! –bramó Daniel de repente, y susurrando, añadió:- ¿Has oído eso? Hay caballos cerca, no tengo tiempo –dijo mientras se daba la vuelta, removía las estanterías, para terminar cogiendo algo de un tamaño de dos puños- si me encuentran con esto, será el fin, necesito tu ayuda. ¿Ves esta caja? –preguntó Daniel, acercándole el objeto misterioso a Elena. Era una cajita de roble, adornada con extraños símbolos en los laterales, y con un extraño dibujo en el centro: un Círculo blanco, con un caldero blanco en el interior-.

- Sí, ¿qué problema hay con ella?

- Es… peligroso que caiga en las manos equivocadas, necesito que la guardes –el tono de Daniel era totalmente serio, no hablaba en broma-. No te recomiendo abrirla, pero tampoco te lo puedo prohibir, el destino sabrá. Lo único que tengo que decirte es que tienes que olvidarte de reunirte con los demás druidas, y de celebrar Samhain. Faltan un par de horas, quizá tres para el amanecer, y tienes que volver a tu casa sin levantar sospechas. No pueden encontrar esto, o, créeme, preferirías morir en la hoguera por ser una druida.

Antes de que Elena pudiera articular palabra alguna, Daniel le entregó la caja, dio media vuelta y se marchó. Cuando iba a perderse en la oscuridad, giró la cabeza y miró a Elena directamente a los ojos por primera vez. Y sin embargo no era la primera vez que aquellos ojos se encontraban. Elena entendió más cosas de las que él quiso hacerle entender, se incorporó, metió la cajita entre los pliegues de su ropa, y salió de aquella cueva, encaminándose hacia su casa. Dos preguntas retumbaban en su cabeza: ¿Por qué ahora? Y ¿Qué demonios hay en la caja del círculo del caldero blanco?”

3 comentarios:

Nosferes dijo...

Parece que se empieza a vislumbrar ya qué son los protagonistas de la historia :)

Pensaba que despertaría en otro lugar, pero me alegro que haya sido en buena compañía :D

Las cajas contendrán (al menos una) unos cuarzos, no? Como el que comentaste en una entrada anterior, que la tenían los protas. Imagino que se pasará de "generación en generación".

amapola dijo...

joooooer... no nos dejes así. Me encanta!!!!

amapola dijo...

mira capu.... sólo te perdono el no venir a jugar a tenis conmigo porque me encantan tus relatos... así que dale caña y publica ya!!!