lunes, 19 de noviembre de 2012

Noviembre


                Llovía a cántaros, aunque eso no extrañaba a la gente local porque en Noviembre era algo habitual. Sin embargo, había una joven muchacha que había desafiado a los elementos y se había alejado del pueblo. Se encontraba en una encrucijada interior, era uno de esos días en los que uno siente que necesita hacer algo diferente, algo trascendental. En cuanto hubo terminado de comer con sus padres, Helena se preparó una pequeña mochila con el material que juzgó importante, se abrigó a conciencia y se despidió de ellos, dejándolos con la boca abierta en el vano de la puerta, viendo cómo se alejaba bajo aquella intensa cortina de agua.
                No había pensado mucho qué iba a hacer, tan sólo sabía que necesitaba pasear, y alejarse un poco del mundo "real". No le preocupaba el agua, de hecho prefería pasear bajo la lluvia, pero tampoco quería empaparse y pillar una neumonía, ya que el día siguiente tenía que madrugar para ir al trabajo, y en su trabajo siempre había que estar con una sonrisa. Decidió pues encaminarse hacia un diminuto hayedo que se encontraba a un par de kilómetros del pueblo. Aquel hayedo no podía considerarse un bosque, pero era lo suficientemente grande como para pasear un rato sin pasar dos veces por el mismo sitio.
                En cuanto Helena llegó al hayedo, la lluvia dejó de caer con tanta fiereza, casi como si estuviera respetando aquel suelo sagrado en el que se alzaban aquellos majestuosos árboles, aunque la joven no se percató de ello al instante. Decidió hacer una parada en un tronco caído junto a una inmensa roca tras la que podía parapetarse y evitar el envite de las aguas. Sacó de uno de los bolsillos exteriores de la mochila una pequeña cantimplora y bebió un poco de agua, mientras miraba, asombrada, el efecto de la lluvia en aquel bosquecillo. Los árboles parecían estar más vivos, y cada vez que inhalaba, se respiraba ese olor especial de las tormentas, a tierra húmeda, a vida. Pequeños núcleos de diminutas aves se escondían entre las ovaladas hojas de los árboles, para que sus plumas no se humedecieran y así evitar coger frío.

1 comentario:

amapola dijo...

me gusta, cuando quieras puedes continúar...