La aventura
comienza, como tantas otras, por una mujer. Obviamente no es una mujer
cualquiera, o de lo contrario, no habría historia que narrar. Era pues una de
esas hermosas mujeres cuya sonrisa en un día soleado no puedes mantener, pero
no por el riesgo de cegarte para siempre, no, sino porque si no apartas la
mirada, quedarás hechizado para siempre en la sinuosa curva de sus labios.
Mujer valiente y osada donde las haya, seguramente más de lo que debería ser,
una de esas chicas que trata de disimular sus problemas mientras intenta ayudar
a los demás. Muchos eran los motivos que la mantenían despierta durante las
oscuras y lluviosas noches de los últimos meses, pero había una razón
aterradora que la despertaba una y otra vez, sin dejarla descansar, manteniéndola
cansada de día e impidiendo que se repusiera de noche.
Pero en la
aventura también había un chico. Era un chico común, uno de tantos muchachos
ávidos de historias que vivir y de peligros que afrontar. Quizá algo temerario,
se ofreció a buscar una solución que pudiera ayudar al reposo de aquella
preciosa princesa. No es que fuera una princesa de cuento, que tuviera
sirvientes o criados, o una vida de lujos y depravación. Pero era una princesa.
De tibio corazón y anhelante espíritu, aquella muchacha no podía ser llamada de
ningún otro modo. Su miedo, sin embargo, no iba a ser sencillo de afrontar, y
todavía más difícil sería conquistarlo. Un extraño ser la perseguía en sueños.
Era una bestia
enorme de gran testa y afilados colmillos. Caminaba erguida, aunque sus
miembros superiores eran cortos y prácticamente inútiles, al contrario que sus
poderosos miembros inferiores, que hacían temblar el firme a cada zancada.
Además la extraña criatura tenía una inmensa cola que le ayudaba a mantener el
equilibrio al avanzar, y de paso, a librarse de cuantos animales quisieran
entrometerse en sus asuntos. La única debilidad de esa aberración era su vista,
que gracias a Dios no era demasiado buena. Sin embargo, poseía un delicado
olfato y un oído más que aceptable, así que podía intuir con bastante precisión
dónde se hallaba su presa. Pues bien, lo que el joven muchacho debería hacer
para cumplir su promesa, sería, simplemente, cazar a la criatura. Coser y
cantar.
Pasó varias
noches estudiando a la bestia, rastreándola y observando sus hábitos. En su
vasto arsenal tenía ballestas y arcos, lanzas y espadas, pero nada que pudiera
hacer frente a una criatura diez veces más grande que él y con una capa de piel
del grosor de su torso. No serían las armas, sino el ingenio, la única manera
que tendría de acabar con aquella criatura y vivir para contarlo. Tenía varias
maneras de afrontar la batalla: había pensado en atraer a su adversario a un
lugar pequeño y estrecho en el que su gran tamaño fuera un problema, y, con
estacas y lanzas, ir dañando el descomunal cuerpo de la bestia. Pero eso
parecía muy complicado; Durante una milésima de segundo pensó incluso en usar
veneno, pero necesitaría tres o cuatro carros del veneno más poderoso que
pudiera conseguir para tumbar esa mole, y no creía que pudiera administrárselo
ni utilizando carne envenenada; El fuego había sido otra idea, pero necesitaría
inmovilizar a la criatura durante demasiado tiempo… casi sería más fácil
esperar que la bestia tropezara en un terraplén y se partiera el cuello. Quizá
eso podría funcionar, lesionar los miembros inferiores de la bestia hasta que
no pudieran soportar su propio peso y terminara desmoronándose. Pero no sería
fácil, debido al gran tamaño de sus patas y a su inmensa fuerza.
Pasaron los
días y el muchacho no daba con la solución. Además, la bestia parecía evitarlo,
como si supiera lo que planeaba hacerle. El desasosiego se apoderaba del joven
y había días en los que su ánimo era sombrío. Cabizbajo y apagado, sin darse
cuenta mantenía apartados a sus familiares y amigos. Tan sólo la joven muchacha
arrojaba un poco de luz en sus cenicientos días gracias a sus escuetas
sonrisas. No era mucho, pero ayudaba al cazador a no perder la esperanza, a
esforzarse un poco más. Empezó a hacer ejercicio, a ponerse en forma.
Practicaba día y noche un extraño método de combate sin armas que aprendió años
atrás. El maestro que le enseñó le contó historias de personas que lograron
hazañas increíbles aplicando su fuerza de voluntad a sus golpes. El joven
dudaba que pudiera vencer a la criatura con su fuerza de voluntad, pero aquél
entrenamiento le ayudaba a focalizar su voluble mente, a centrarse en un
objetivo, a expandir su consciencia.
A los dos
meses, podía arrojar las lanzas al doble de distancia con la mitad de esfuerzo
y la misma precisión. A los cuatro, el árbol al que golpeaba con puños y
patadas, se secó. A los siete, las saetas de madera que tiraba con el arco,
perforaban las piedras como si fueran calabazas maduras. A los diez la
disciplina a la que se había sometido durante todo aquél tiempo le permitía
sentir los seres vivos que había a su alrededor. A los doce había aprendido a
golpear con el puño el tronco de un árbol sin que éste sufriera ningún daño, y
que el impacto del golpe destrozara la diana que había tras él. A los trece, su
princesa enfermó.
Aquél hecho
desconcertó enormemente al joven, ya que los últimos problemas de la muchacha
habían tenido que ver con aquella bestia, que llevaba tanto tiempo huyendo de
él y sin molestarla a ella. Era como si se hubiera esfumado. Durante una
semana, el joven cazador fue a visitar a varios médicos y sanadores, pero todos
le decían lo mismo. La enfermedad no parecía ser física, sino mental. Algo la
tenía retenida en el mundo de los sueños, y hasta que no lo resolviera, se
quedaría allí, sola. Sin querer asumirlo, el muchacho aprendió una técnica de
meditación que muy pocas personas conocían, que permitía que dos almas entraran
en contacto. No en el mundo físico, ni tampoco en el mental. Las almas
conectaban de una manera primordial, en un plano diferente al que vemos, al que
pisamos. Un plano similar al onírico.
Así pues, el
joven cazador se sentó junto a su compañera con las piernas cruzadas y cerró
los ojos. Intentó percibirla, comunicarse con ella. Numerosas imágenes cruzaban
su mente como un torrente descontrolado y peligroso. Estuvo en la misma
posición durante horas, sin mover un solo músculo, sin levantar los párpados.
Cuando ya no aguantaba más, al borde del abismo, a punto de rendirse, perdió el
sentido. Sentía sin estar en ninguna parte, veía aun a pesar de que sabía que
no había abierto los ojos, y por más que pensaba, no sabría explicar lo que
estaba pasando. Entonces la vio. Ella estaba allí, tomando su mano y sonriendo
de aquella exquisita manera como sólo ella sabía hacer. Todo era un poco
borroso, pero aquella sensación era perfectamente clara.
-
¿Por qué estás aquí? –preguntó la muchacha,
desconcertada. No podía dejar de sonreír, pero no sabía por qué motivo- ¿cómo
has llegado?
-
Siempre te ha gustado hacerme preguntas fáciles,
¿eh? –contestó el muchacho con ironía para ganar algo de tiempo.- Intenté…
intenté contactar contigo, con tu yo interior. No sabía si funcionaría. He
venido a llevarte de vuelta.
-
No puedo salir –dijo la muchacha con un deje de
tristeza en la voz-. Está aquí. La bestia. Me persigue sin casi dejarme tiempo
para descansar, pero nunca me alcanza. No puedo seguir más tiempo así –la
muchacha había empezado a sollozar, estaba cansada, y desalentada-.
-
Eh, tranquila, yo estoy contigo –trató de
animarla el joven, pasando el dorso de su mano por la húmeda mejilla de la
joven, que consiguió esbozar una fugaz sonrisa tras hipar una vez-. Y no pienso
irme sin ti. Ésta vez nos toca a nosotros perseguir a la bestia –añadió
mientras le guiñaba un ojo a su princesa y le sonreía-.
Hacía por lo
menos tres horas que habían dejado atrás su lugar de encuentro y que andaban
deambulando por lo que parecía ser un bosque de helechos y hayas. Nada se
movía, y hacían tanto ruido al caminar que apenas oían algo que no fueran sus
propias pisadas. Aunque en aquél mundo onírico no había sol, y por lo tanto la
iluminación parecía ser uniforme, se atreverían a decir que cada vez era todo
más oscuro, más tenebroso y desalentador. Cuando el joven planteó descansar un
rato, la muchacha observó una abertura entre las lindes del camino que habían
recorrido. No era muy grande, pero parecía haber un gran espacio detrás.
Decidieron arriesgarse y seguir adentrándose en el bosque. Al dejar atrás la
abertura, llegaron a un camino pedregoso y difícil de transitar.
Unos minutos
después, casi de repente, se hallaban en mitad de un claro enorme, y, a la
sombra del único árbol que había en el claro, que se encontraba justo en el
centro y era un árbol de dimensiones pantragruélicas, estaba la bestia,
durmiendo. Resolvieron los aguerridos jóvenes acercarse a ella y matarla en el
acto, antes de que causara más problemas, pero en ese preciso instante, un
agudo chillido resonó por todo el bosque y despertó a la criatura, que se
incorporó en un santiamén. Como si supiera dónde se encontraban los jóvenes, se giró
y se abalanzó sobre ellos, casi sin darles tiempo a reaccionar. El joven
cazador, más por instinto que otra cosa, empujó a su princesa hacia el camino y
le gritó que huyera. Al principio ella se negó, pero cuando miró el rostro
decidido del muchacho, casi suplicante, se dio la vuelta entre lágrimas y echó
a correr en pos del bosque.
Entre tanto,
el joven, que había alcanzado una gran paz de espíritu al saber que había hecho
lo correcto, se encaró con la bestia, a la que apuntó con la palma de su mano
derecha y desde lo más profundo de su ser, concentrando toda la energía que lo
recorría, la proyectó en un estentóreo grito. Fue más una orden moldeada por
su voluntad, un acto volitivo que consistía en un deseo en sí mismo. Tan sólo
dijo “¡NO!” y la bestia se detuvo. Se paró en el acto, como si hubiera sido
retenida por cientos, por miles de cuerdas que la inmovilizaran. Aquella orden,
aquél deseo, todavía resonaba en la mente del muchacho, repetía como un mantra
una y otra vez “no la dañarás” “no le harás daño”. Se había olvidado de sí
mismo, no había esperado detener a la bestia, tan sólo quería retrasarla, el
tiempo justo como para que la joven muchacha huyera de nuevo.
La joven
muchacha que, al igual que la bestia, se había quedado petrificada al oír aquél
grito, sin saber qué hacer. Al volverse, divisó al joven, quieto y sereno, con
su mano todavía alzada, y a la bestia, majestuosa, congelada frente a él. Los
ojos de la criatura se encontraron con los suyos, y entonces lo oyó:
-
Perdóóóóóóónameeeee –aquella voz no era humana,
parecía como si fuera obra de un extraño viento que soplara de manera singular,
pero al intentar adivinar el origen de tan misterioso sonido, la joven
comprendió que procedía de la bestia-.
-
¿Cómo es posible… -no pudo terminar la pregunta,
porque se enfrentaba a un concepto muy difícil de asimilar-.
-
Todo este tiempo he intentado alcanzarte, pero
no he querido hacerte daño alguno. Huías de mí porque no podía hablar contigo,
y como no me entendías, me temías –le contó aquella criatura a la muchacha con
una voz más humana-. Soy tu pasado, y he estado persiguiéndote durante tu
presente (ahora pasado) para entregarte algo que necesitarás en el futuro.
-
¿Pero qué coj… -la muchacha seguía sin poder
comprender lo que estaba sucediendo o cómo se sentía, que era, más o menos,
como tener un sueño dentro de un sueño en el que estás soñando que sueñas-.
La bestia
entonces depositó once huevos frente a la muchacha, y le dijo que eran las esperanzas
del futuro. Algunos estarían podridos, porque eran sueños que había olvidado.
Otros, aunque quizá no llegaran a florecer, todavía tenían posibilidades de
cumplirse. Y había uno, y sólo uno que se abriría cuando tuviera que abrirse.
No sabría cuando sería ese momento hasta que lo fuera, y cuando aquél huevo se
abriera, ella comprendería por fin muchas cosas que no habría podido comprender
hasta ese momento. Aquél extraño ser que antes le había parecido aterrador,
ahora le pareció un pozo de luz. Empezó a evaporarse, en volutas de humo, y su
última frase fue:
-
Hay gente a tu alrededor que querrá y sabrá
ayudarte. Déjate ayudar y conseguirás unas alas con las que alcanzar aquello
con lo que durante tanto tiempo sólo conseguiste soñar. Sigue las huellas y
nunca más te perderás.
2 comentarios:
ohhhhh qué bonito!!!!
me encanta, la verdad es que escribes muy bien y tus relatos son cada vez más interesantes
Gracias ^_^. Se hace lo que se puede.
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