domingo, 3 de diciembre de 2023

Perdido y encontrado

             Avanzó cabizbajo entre las casas semiderruidas que quedaban en aquel páramo perdido. Aquí y allí había algún intento de empalizada, algún murete en ruinas, y armas, muchas armas desperdigadas por el suelo. Había llegado tarde. Su instinto le había avisado antes de que sucediera aquél ataque pero él no había creído posible semejante despliegue por parte del imperio. De hecho… no deberían haber sido capaces. Alguien les tenía que estar haciendo parte del trabajo sucio, tenían que tener un espía entre sus filas.

            Él había llegado a capitán a una edad muy poco habitual. Apenas había cumplido veinticinco años cuando el Rey lo había llamado a sus aposentos para informarle de su decisión. Sus hazañas en el campo de batalla no eran pocas, pero lo que más valoraba el Rey era su visión estratégica. Pasó a ser un miembro más del consejo de Su Majestad, y desempeñó más labores de las que le correspondían, pero prácticamente todas sus decisiones habían llevado al reino a una mejor posición. Sin embargo, todo estaba a punto de cambiar.

-  Necesito que busquéis supervivientes. Alguien ha tenido que escapar, necesitamos un testigo que nos informe de sus números, al menos- informó a su segundo con voz inexpresiva y un terrible dolor en sus ojos-.

-          ¡Sí, señor!

            

            Mientras tanto, a una buena distancia de allí, una joven seguía corriendo a pesar de tener todo el cuerpo magullado y dolorido. Tenía las rodillas en carne viva de tantas veces que se había tropezado, pero aquello no podía detenerla. Su corazón bombeaba sangre con una fuerza inusitada, y ella creía que iba a caerse derrotada con cada paso. Pero sin embargo, no lo hacía. Una energía interna la obligaba a seguir adelante, sin importar qué le pasara. Su cabello estaba ensangrentado, la ropa le colgaba de manera extraña, hecha jirones aquí y allí. Parecía que llevaba en el camino años, y no sólo unas pocas horas.

        Hacía ya bastante rato se había encontrado con un lobo solitario, que estaba acurrucado a la sombra de un inmenso árbol. Al oler el aroma de la sangre, el animal levantó el hocico y olfateó para descubrir su procedencia. Al ver a la humana corriendo y levantando polvo a cada paso, se puso en tensión, pero cuando vio que ni lo miraba, le picó la curiosidad. Desde entonces la había seguido a una distancia prudencial. Algo en el animal hacía que no pudiera ignorar a la humana, aunque no era del todo consciente.

            Fue entonces cuando todo cambió de repente. Algo se acercaba por el horizonte, levantando nubes de polvo que presagiaban más sangre y dolor. La muchacha no las vio, pero al lobo se le erizó el pelaje y se preparó para lo peor.

2 comentarios:

Óscar dijo...

Sigue en ello ... 😉

Anónimo dijo...

Me ha encantado.