Era algo más tarde de medianoche
y el insomnio se había apoderado de nuevo de Tomás. Agotado como estaba no
podía concentrarse en hacer algo productivo, así que empezó a mirar si ponían
algo interesante en la televisión. Apenas sí era consciente del tiempo que se
le escapaba lentamente entre suspiro y suspiro, entre bostezo y bostezo.
Cansado hasta de cambiar de canal, finalmente se rindió y dejó puesto un
documental en el que unos criptozoólogos debatían la posibilidad de que los
restos fósiles de un mastodonte
encontrado cerca del mundialmente conocido Lago Ness, en Escocia, pudieran
estar relacionados con Nessie, una de las criaturas fantásticas con más fans a
lo largo y ancho del mundo. Aburrido de intentar seguir los giros argumentales
de uno de los participantes que parecía obsesionado hasta la paranoia con el
tema de la “mascota de Escocia”, como llamaba a Nessie, Tomás se quedó dormido.
Los
rayos de sol se filtraban por las rendijas de la persiana del salón y
aterrizaban en la mejilla de Tomás, que al cabo de un rato no tuvo otro remedio
que incorporarse para evitar la molesta luz. Le dolía todo porque, además de
haber dormido en el sofá que le quedaba pequeño, parecía haberse quedado
traspuesto en una posición que retaba a su propia anatomía. Después de una
ardua lucha con sus ganas de dormir,
se desperezó como pudo y comenzó a vestirse. A pesar de la desastrosa noche que
había pasado, le esperaba una mañana ajetreada y no podía perder ni un minuto
más. Con el café bajando todavía por su esófago, el abrigo a medio poner y las
llaves y el móvil en la mano, salió a la carrera a la calle. Su cabeza repasaba
el discurso que tenía preparado dar a los posibles inversores mientras sus
oídos escucharon un extraño sonido y sus ojos se desviaron sin que Tomás fuera
consciente de haberse parado a identificar la fuente de aquél sonido. Cuando
casi estaba a punto de darse por vencido, volvió a escuchar el misterioso sonido
y al bajar la vista hacia la cochera que había a su izquierda, divisó un
pequeño ratón que saltaba sin parar
mientras intentaba meterse por una diminuta rendija que había bajo la puerta.
Tomás lo observó distraído y para cuando decidió tomar una foto del pequeño
animal, éste estaba desapareciendo bajo la puerta y tan sólo su largo rabo
asomaba por la minúscula abertura. Tomás reanudó la marcha, aunque no tuvo
tanta suerte con el tren de sus pensamientos, que se había adentrado en la
vasta inmensidad de las memorias perdidas. Dándose por vencido, optó por sacar
el teléfono y llamar a su hermano para asegurarse de que estaría allí para el
almuerzo semanal.
-
¡Hostias Tomás! –Exclamó un hombre joven de tez
cenicienta y cabello oleoso- ¿Sabes?
Cuando he visto que me llamabas he pensado: “Fijo que este cabrón de mierda me
vuelve a dar plantón”, pero… joder, vaya ojeras que llevas, ¿no?
-
Sí, yo también me alegro de verte, hermanito.
Veo que sigues sin mejorar tu coprolalia
–Contestó Tomás con una sonrisa ladeada, casi condescendiente-.
-
Venga coño, dame un respiro. Ya sabes que hay
cosas que no se pueden dejar de hacer sin más, joder. Pero vamos a dejar de
hablar de mí, y vamos a hablar de ti –dijo Jorge y su rostro se tornó en una
sonrisa lobuna-. Al final… ¿te llevaste a la chica a casa?
-
¿Eh? Ah, no. Ya sabes que somos amigos. Le invité
a un cubata y poco más. Luego
estuvimos un rato hablando de tontadas y tal. Terminamos hablando de viajes,
creo. Sí, le dije que quería ir a Japón, que quería ver si su cultura era tan
diferente de la nuestra como dicen todos. Ella me dijo que le encantaba Japón,
y que tenía un montón de cosas que se había traído de un viaje que hizo hace un
par de años, y que podía pasarme algún día a verlo…
-
Joder Tomasín, ¿¿Y no te ofreciste a acompañarla
a casa?? A veces me haces preguntarme si de verdad somos hermanos… La pobre
muchacha no te lo podía haber puesto más a huevo.
-
Creo que te equivocas, ¿eh? –dijo Tomás
ocultando su rubor tras una máscara
de confianza que trataba de resistir el envite de su hermano-. ¡Oye! Tú
quedaste ayer otra vez con Marta, ¿no? Ibais a ir al cine o no sé qué…
-
Calla, calla, no me hables del tema. Estábamos
en la fila para sacar las entradas, y unos chavales intentaron colarse y…
bueno, ya conoces el temperamento
que gasta ésta, qué te voy a contar.
-
¿No lo dirás por el día que se puso a gritarte
en medio del restaurante que si fueras un poco más burro pensarías que “clítoris” es el nombre científico de
algún animal, verdad? Porque a mí me pareció una adorable muestra de amor, ya
lo sabes –terminó Tomás aguantando la risa de la mejor manera que pudo-.
-
Mira que llegas a ser hijo de puta. Mierda, no
se lo digas a mamá –añadió Jorge riéndose- ¡Joder! Pues ahora que sacas el tema
me has recordado que quería ir a comprarle unas Bolas Chinas al sex shop ese nuevo que han abierto en la Calle del Conde,
a ver si así se relaja un poco o algo… qué, ¿te animas? –preguntó a su hermano
mientras subía y bajaba las cejas- Quién sabe, igual te encuentras allí a Luna…
-
Lo veo poco probable, Luna tiene que trabajar
hasta las dos de la tarde y tal.
-
Mierda, pero mira que tengo un hermano soso,
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Mientras los
dos hermanos se ponían al día e intercambiaban puyas, distraídos como estaban,
no se dieron cuenta que en una de las mesas cercanas alguien los vigilaba sin
perder detalle. Quizá no habría sido extraño porque la misteriosa figura que
los acechaba llevaba una pinta un tanto estrafalaria, con un sombrero y una
chaqueta victoriana que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Su rostro,
envuelto en las sombras, apenas dejaba entrever una siniestra sonrisa de cuando
en cuando. ¿Quién era esa misteriosa figura? ¿Qué hacía allí, y cuál era su
relación con los hermanos?
2 comentarios:
Me encanta!! Iré pensando la próxima palabra... muahahahaha
Me alegro de que te guste, este reto fue algo más chungo xD.
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